Restaurar la esperanza es el “trabajo humanitario”
mas urgente.
“Pero vosotros quién decís que soy yo?” Desde que fuera planteada a los
discípulos cerca de Cesarea-Filippa, esta pregunta no ha cesado de ser
formulada a cada hombre y a cada mujer. Porque cada uno de nosotros – como bien
expresara Pascal – “debe dar una respuesta, y aunque fuese negativa, debemos
asumir el riesgo”.
Siempre ha sido así. La fe nunca ha sido un bien hereditario, transmitido de
padre a hijo.
No obstante, hasta tiempos recientes – al menos en ciertas partes de algunos
países – todavía existía una “cristianidad” un “mundo católico” que facilitaba
que la fe se desarrollara espontáneamente desde la infancia, que creciera
merced al ejemplo y la catequesis y que permaneciera hasta los sacramentos de
“partida” de esta vida. Ya en ningún lugar es así. Hoy la fe recupera su
carácter original: es un riesgo, una elección personal, asediada por todas
partes por palabras y comportamientos discordantes. Creer hoy se esta
convirtiendo o ya se ha convertido, en un acto anti conformista, militancia de
minorías que van contra la corriente.
Por ello, la necesidad de una pastoral eclesial que no se limite a comentar los
contenidos del Cristianismo, sino que indique sobre todo sus razones. Muchos
discursos, dando la fe por sentado, que se limitan a inspirar consecuencias de
naturaleza moral producen ineficacia total y absoluta. En realidad porque
esforzarse en vivir “como cristiano” si ya no se está convencido que aquel
Jesús es verdaderamente Cristo y que sus palabras son normativas porque nos
vienen de Dios mismo?
También esto, evidentemente, es lo que el Santo Padre entiende por “nueva
evangelización”: comenzar desde el principio, con el apostolado de la
proclamación, dejando para más adelante el de catequesis, que solamente rendirá
fruto cuando el “riesgo” sobre el Evangelio haya sido propuesto y aceptado.
Y a esto aspira, a mi entender, el programa de preparación para el Gran Jubileo
cuyas etapas han sido prescriptas por el Papa Juan Pablo II:
Aquellos que llevan la fe en su corazón – y por lo tanto la Iglesia, la cual no
puede subsistir sin sus fundamentos – deben comprometerse para que este tiempo
que nos separa del cumpleaños del bimilenio de Jesús quede marcado por una
búsqueda de razones que induzcan a los creyentes a ver en El, a Cristo, el Hijo
de Dios vivo.
Este es un tiempo de kerygma, de nueva proclamación, a viva voz y clara, sin la
cual el dialogo mismo (con el “mundo” o con otras religiones) pierde sentido.
Es tiempo de redescubrir que entre las jerarquías evangélicas de valores, la
caridad mas grande, la que precede a todas las demás, es la de la verdad.
Ofrecer nueva Esperanza, mostrar sus razones, es la solidaridad mas urgente y
mas loable, la mas valiosa de todo el “trabajo humanitario”.
Mas que del pan – dice el Evangelio – el hombre vive de la palabra de Dios.
Que los dos mil años del nacimiento del Redentor nos ayuden a redescubir esta
realidad que arriesgamos olvidar en una rutina eclesial que frecuentemente se
convierte en habito, o un cristianismo que es vivido, pero que sin motivaciones
explicitas de fe, puede llegar a ser mera filantropía. Y esto tiene poco que
ver con la verdadera caridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario