Habiendo sido ordenado
sacerdote en la fiesta de Todos los Santos, celebré la "primera Misa"
el día de los fieles difuntos, el 2 de noviembre de 1946. En este día cada
sacerdote puede celebrar para provecho de los fieles tres Santas Misas. Mi
"primera" Misa tuvo por tanto -por así decir- un carácter triple. Fue
una experiencia de especial intensidad. Celebré las tres Santas Misas en la
cripta de San Leonardo, que ocupa, en la catedral del Wawel, en Cracovia, la
parte anterior de la llamada cátedra episcopal de Herman. […] Al elegirla como el lugar de mis primeras
Misas quise expresar un vínculo espiritual particular con los que reposan en
esa catedral que, por su misma historia, es un monumento sin igual. Está
impregnada, más que cualquier otro templo de Polonia, de significado histórico
y teológico. Reposan en ella los reyes polacos, empezando por Wladyslaw
Lokietek. . […] Había, en esa elección, una especial dimensión
teológica. Como he dicho, fui ordenado el día anterior, en la Solemnidad de
Todos los Santos, cuando la Iglesia expresa litúrgicamente la verdad de la
Comunión de los Santos -Communio Sanctorum-. Los Santos son aquellos
que, habiendo acogido en la fe el misterio pascual de Cristo, esperan ahora la
resurrección final. También las
personas, cuyos restos reposan en los sarcófagos de la catedral del Wawel,
esperan allí la resurrección. Toda la catedral parece repetir las palabras del
Símbolo de los Apóstoles: "Creo en la resurrección de los muertos y en la
vida eterna''. Esta verdad de fe ilumina la historia de las Naciones. Aquellas
personas son como "los grandes espíritus" que guían la Nación a
través de los siglos. No se encuentran allí solamente soberanos junto con sus
esposas, u obispos y cardenales; también hay poetas, grandes maestros de la
palabra, que han tenido una importancia enorme para mi formación cristiana y
patriótica. Fueron pocos los participantes en aquellas primeras Misas
celebradas sobre la colina del Wawel. Recuerdo que, entre otros, estaba
presente mi madrina Maria Wiadrowska, hermana mayor de mi madre. Me asistía en
el altar Mieczyslaw Malinski, que hacía presente de algún modo el ambiente y la
persona de Jan Tyranowski, ya entonces gravemente enfermo. Después, como
sacerdote y como obispo, he visitado siempre con gran emoción la cripta de San
Leonardo. ¡Cuánto hubiera deseado poder celebrar allí la Santa Misa con ocasión
del quincuagésimo aniversario de mi Ordenación sacerdotal! . […]
Noviembre pasaba de
prisa: era ya el tiempo de partir hacia Roma. Cuando llegó el día establecido,
subí al tren con gran emoción. . […]
No podré olvidar nunca la
sensación de mis primeros días "romanos" cuando en 1946 empecé a
conocer la Ciudad Eterna. Me inscribí en el "biennium ad lauream" en
el Angelicum. . […] El P. Karol
Kozlowski, Rector del Seminario de Cracovia, me había dicho muchas veces que,
para quien tiene la suerte de poderse formar en la capital del Cristianismo,
más aún que los estudios (¡un doctorado en teología se puede conseguir también
fuera!) es importante aprender Roma misma. Traté de seguir su consejo. Llegué a
Roma con un vivo deseo de visitar la Ciudad Eterna, empezando por las
Catacumbas. Y así fue. Con los amigos del Colegio Belga, donde habitaba, tuve
la oportunidad de recorrer sistemáticamente la Ciudad con la guía de
conocedores expertos de sus monumentos y de su historia. . […] Cada
día desde el Colegio Belga, en vía del Quirinale 26, iba al Angelicum para las
clases, parándome durante el camino en la iglesia de los Jesuitas de San Andrés
del Quirinale, donde se encuentran las reliquias de San Estanislao de Kostka,
que vivió en el noviciado contiguo y allí terminó su vida. Recuerdo que entre
los que visitaban la tumba había muchos seminaristas del Germanicum, que se
reconocían fácilmente por sus características sotanas rojas. En el corazón del
Cristianismo y a la luz de los santos, las nacionalidades también se
encontraban, como prefigurando, más allá de la tragedia bélica que tanto nos
había marcado, un mundo sin divisiones. Mi
sacerdocio y mi formación teológica y pastoral se enmarcaban así desde el
comienzo en la experiencia romana. Los dos años de estudios, concluidos en 1948
con el doctorado, fueron años de intenso "aprender Roma''. El Colegio
Belga contribuía a enraizar mi sacerdocio, día tras día, en la experiencia de
la capital del Cristianismo. En efecto, me permitía entrar en contacto con
ciertas formas de vanguardia del apostolado, que en aquella época iban
desarrollándose en la Iglesia. . […] En Roma tuve la posibilidad de descubrir más a
fondo cómo el sacerdocio está vinculado a la pastoral y al apostolado de los
laicos. Entre el servicio sacerdotal y el apostolado laical existe una estrecha
relación, más aún, una coordinación recíproca. Reflexionando sobre estos
planteamientos pastorales, descubría cada vez de forma más clara el sentido y
el valor del sacerdocio ministerial mismo.
La experiencia vivida en
el Colegio Belga se amplió, a continuación, gracias a un contacto directo no
sólo con la nación belga, sino también con la francesa y la holandesa. Con el
consentimiento del Cardenal Sapieha, durante las vacaciones veraniegas de 1947
el P. Stanislaw Starowieyski y yo pudimos visitar aquellos países. Me abría así
a un horizonte europeo más amplio. En París, donde residí en el Seminario
Polaco, pude conocer de cerca la experiencia de los sacerdotes obreros, la
problemática tratada en el libro de los Padres Henri Godin e Yvan Daniel La
France, pays de mission? y la pastoral de las misiones en la periferia
de París, sobre todo en la parroquia dirigida por el P. Michonneau. Estas
experiencias, en el primer y segundo año de sacerdocio, tuvieron para mí un
enorme interés.
En Holanda. […] me
impresionó la sólida organización de la Iglesia y de la pastoral en aquel País,
con estructuras activas y comunidades eclesiales vivas. Descubría así cada vez
mejor, desde puntos de vista diversos y complementarios, la Europa occidental,
la Europa de la posguerra, la Europa de las maravillosas catedrales góticas y,
al mismo tiempo, la Europa amenazada por el proceso de secularización. Percibía
el desafío que todo ello representaba para la Iglesia, llamada a hacer frente
al peligro que conllevaba mediante nuevas formas de pastoral, abiertas a una
presencia más amplia del laicado. La mayor parte de aquellas vacaciones
veraniegas las pasé, sin embargo, en Bélgica. Durante el mes de septiembre
estuve al frente de la misión católica polaca, entre los mineros, en las
cercanías de Charleroi. Fue una experiencia muy fructífera. Por primera vez
visité una mina de carbón y pude conocer de cerca el pesado trabajo de los
mineros. Visitaba las familias de los emigrantes polacos y me reunía con la
juventud y los niños, acogido siempre con benevolencia y cordialidad, como cuando
estaba en la Solvay.
En el camino de regreso
de Bélgica a Roma, tuve la suerte de detenerme en Ars. Era al final del mes de
octubre de 1947, el domingo de Cristo Rey. Con gran emoción visité la vieja
iglesita donde San Juan María Vianney confesaba, enseñaba el catecismo y
predicaba sus homilías. Fue para mí una experiencia inolvidable. . […] Me impresionaba profundamente, en particular,
su heroico servicio en el confesionario. Este humilde sacerdote que confesaba
mas de diez horas al día, comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas
horas, había logrado, en un difícil período histórico, provocar una especie de
revolución espiritual en Francia y fuera de ella. Millares de personas pasaban
por Ars y se arrodillaban en su confesionario. En medio del laicismo y del
anticlericalismo del siglo XIX, su testimonio constituye un acontecimiento
verdaderamente revolucionario. Del
encuentro con su figura llegué a la convicción de que el sacerdote realiza una
parte esencial de su misión en el confesionario, por medio de aquel voluntario
"hacerse prisionero del confesionario". Muchas veces, confesando en
Niegowic, en mi primera parroquia, y después en Cracovia, volvía con el pensamiento
a esta experiencia inolvidable. He procurado mantener siempre el vínculo con el
confesionario tanto durante los trabajos científicos en Cracovia, confesando
sobre todo en la Basílica de la Asunción de la Santísima Virgen María, como
ahora en Roma, aunque sea de modo casi simbólico, volviendo cada año al
confesionario el Viernes Santo en la Basílica de San Pedro. . […]
A principios de julio de
1948 defendí la tesis doctoral en el Angelicum e inmediatamente después me puse
en camino de regreso a Polonia. . […] Al
regresar llevaba conmigo no sólo un mayor bagaje de cultura teológica, sino
también. la consolidación de mi sacerdocio y la profundización de mi visión de
la Iglesia. . […] gracias a Roma mi sacerdocio se había enriquecido con una
dimensión europea y universal.
Juan Pablo II Don y
Misterio (puede leerse completo en el sitio de la Santa Sede)
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