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En su carta apostólica Augustinum Hipponensem en el XVI centenario de la conversión de San Agustín
en el Cap. II, 1, titulado Razón y Fe el
Beato Juan Pablo II refiriéndose a “algunas de la luminosas intuiciones de este
sumo pensador” expone de manera clara e
interesante la postura de San Agustín - a quien comúnmente asociamos a la fe olvidándonos
de la razón - Sin embargo el Papa Juan Pablo II nos explica, con abundantes
citas, la importancia que San Agustín
adjudicaba a ambas.
“Ante todo
las relativas al problema que más lo atormentó en su juventud y al que volvió
una y otra vez con toda la fuerza de su ingenio y toda la pasión de su alma, el
problema de las relaciones entre la razón y la fe: un problema eterno, de hoy
no menos que de ayer, de cuya solución depende la orientación del pensamiento
humano. Pero también problema difícil, ya que se trata de pasar indemnes entre
un extremo y el otro, entre el fideísmo que desprecia la razón, y el
racionalismo que excluye la fe. El esfuerzo intelectual y pastoral de Agustín
fue el de demostrar, sin sombra de duda, que "las dos fuerzas que nos
permiten conocer" [69]
deben colaborar conjuntamente.
Agustín escuchó a la fe, pero no exaltó menos a la razón, dando a cada cual
su propio primado o de tiempo o de importancia [70].
Dijo a todos el crede ut intelligas, pero repitió también el intellige
ut credas [71].
Escribió una obra, siempre actual, sobre la utilidad de la fe [72],
y explicó cómo la fe es la medicina destinada para curar el ojo del espíritu [73],
la fortaleza inexpugnable para la defensa de todos, especialmente de los
débiles, contra el error [74],
el nido donde se echan las plumas para los altos vuelos del espíritu [75],
el camino corto que permite conocer pronto, con seguridad y sin errores, las
verdades que conducen al hombre a la sabiduría [76].
Pero sostuvo también que la fe no está nunca sin la razón, porque es la razón
quien demuestra "a quién hay que creer" [77].
Por lo tanto, "también la fe tiene sus ojos propios, con los cuales ve de
alguna manera que es verdadero lo que todavía no ve" [78].
"Nadie, pues, cree si antes no ha pensado que tiene obligación de
creer", puesto que "creer no es sino pensar con asentimiento" —cum
assentione cogitare— ...hasta tal punto, que "la fe que no sea pensada
no es fe" [79].
El razonamiento sobre los ojos de la fe desemboca en el de la credibilidad,
del que Agustín habla con frecuencia aportando los motivos, como si quisiera
confirmar la conciencia con la que él mismo había vuelto a la fe católica.
Interesa citar un texto. Escribe él: "Son muchas las razones que me
mantienen en el seno de la Iglesia católica. Aparte la sabiduría de sus
enseñanzas (para Agustín este argumento era fortísimo, pero no lo admitían sus
adversarios), ...me mantiene el consentimiento de los pueblos y de las gentes;
me mantiene la autoridad fundada sobre los milagros, nutrida con la esperanza,
aumentada con la caridad, consolidada por la antigüedad; me mantiene la
sucesión de los obispos, de la sede misma del Apóstol Pedro, a quien el Señor
después de la resurrección mandó a apacentar sus ovejas, hasta el episcopado
actual; me mantiene, finalmente, el nombre mismo de católica, que no sin razón
ha obtenido esta Iglesia solamente" [80].
En su gran obra La
ciudad de Dios, que es al mismo tiempo apologética y dogmática, el problema
de la razón y de la fe se convierten en el de fe y cultura. Agustín, que tanto
trabajó por promover la cultura cristiana, lo resuelve exponiendo tres
argumentos importantes: la fiel exposición de la doctrina cristiana; la atenta
recuperación de la cultura pagana en todo aquello que tenía de recuperable, y
que bajo el punto de vista filosófico no era poco; y la demostración insistente
de la presencia en la enseñanza cristiana de todo aquello que había en aquella
cultura de verdadero y perennemente útil, con la ventaja de que se encontraba
perfeccionado y sublimado [81].
No en vano se leyó mucho La Ciudad de Dios durante la Edad Media, y
merece ciertamente que se la lea también en nuestros tiempos como ejemplo y
acicate para reflexionar mejor en torno a las relaciones entre el cristianismo
y las culturas de los pueblos. Vale la pena citar un texto importante de
Agustín: "La ciudad celestial... convoca a ciudadanos de todas las
naciones... sin preocuparse de las diferencias de costumbres, leyes o
instituciones..., no suprime ni destruye cosa alguna de éstas; al contrario,
las acepta y conserva todo lo que, aunque diverso en las diferentes naciones,
tiende a un mismo fin: la paz terrena, pero con la condición de que no impidan
la religión que enseña a adorar a un sólo Dios, sumo y verdadero" [82].”
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