En brevísimas y sencillas palabras, llenas
de contenido (en cada frase descubrimos una etapa) Gian Franco Svidercoschi, en un pequeño libro que es un tesoro titulado Historia de Karol, nos cuenta parte de
la vida de Karol Wojtyla, sacerdote y obispo.
“Si era verdad que habría preferido
desempeñar su sacerdocio de otra manera, en una parroquia, en estrecho contacto
con los problemas concretos de la gente. Pero así también estaba bien. Seguiría
enseñando, escribiendo libros. Y conservaría un espacio pastoral propio
manteniendo su relación con los universitarios y con las familias.
Un día de julio, le llegó un telegrama. Quién sabía como, habían logrado localizarlo
en los lagos Masuri, donde practicaba el piragüismo con un grupo de amigos. Y
aquel telegrama removió todas sus seguridades. Querían hacerle obispo. Y tenía que
dirigirse inmediatamente a Varsovia, con el cardenal Wyszynski.
De entrada, no le agradó lo más mínimo.
Entre otras cosas, porque no había tenido ninguna noticia previa. O mejor, porque
solo sabía que le habían destinado a la carrera universitaria y que su nombre
nunca había sido incluido en la lista de los candidatos al episcopado. Y
entonces, ¿qué había pasado?
Pues había pasado que monseñor Baziak había
ignorado aquella lista. Y al tener que sustituir al auxiliar de Cracovia,
fallecido unos meses antes, le había elegido precisamente a él, Karol. Un
intelectual. Alguien que sólo tenía 38 años. Y el arzobispo, para evitar
intromisiones, había enviado su propuesta directamente al Papa Pio XII.
Wyszyski tenía mucha curiosidad por
conocer a Wojtyla, entre otras razones porque, en un cierto sentido, le habían
dejado al margen. Cuando lo tuvo delante y le preguntó si aceptaba el encargo,
se quedó impresionado por su prontitud. De hecho, Karol le respondió con otra
pregunta: ¿«Donde tengo que firmar?». Firmó, y sólo entonces preguntó: «Puedo
ya volver a seguir con mi excursión?». Estaba decidido, y lo dejó claro, a
seguir con los jóvenes. Sonriendo, el cardenal asintió.
Vino luego la ordenación episcopal, el
28 de septiembre de 1958. En la catedral de Wawel estaba representada de alguna
manera toda la historia del nuevo obispo. Estaban los compañeros del grupo de
teatro, los obreros de la Solvay, las familias de Niegowic, la primera
parroquia, y los de San Florián. Se encontraban también los profesores del
seminario y los de Lublin, los intelectuales y los universitarios, que se encargaban
de la organización. En el momento culmen del rito, mientras se elevaba el canto
del Te Deum,, un viejo amigo de la cantera de mármol, llamándolo por su apodo
juvenil, le gritó: «Lolek (Carlitos), no dejes que nadie te derribe!»
De este modo, Su Excelencia
Lolek inició su aprendizaje episcopal. Visitó una por una todas las parroquias
de la zona que le habían asignado. Pero también siguió dando clases, yendo y
viniendo de Cracovia a Lublin. Y mantuvo
sus encuentros con los jóvenes, con las nuevas parejas. Y sobre todo, a lo que
no renunciaría por nada del mundo, siguió con su ministerio en el
confesionario.”
(Gian Franco Svidercoschi, Historia de Karol, p.165/6, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid)
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