Con ocasión del 67 aniversario de la Primera Misa - fueron tres misas privadas tal como comenta su antiguo
párroco en Wadowice Kazimierz Figlewicz, y en estas misas su manuductor (del latin manus y ductor líder)
celebradas en memoria de sus fallecidos
padres y hermano, en un lugar inusual: en la cripta de San Leonardo en la catedral de
Wawel, recuerdo la última carta del Beato Juan Pablo II a los sacerdotes,
escrita el 13 de marzo de 2005 en el año de la Eucaristía, desde el Policlínico
Gemelli. “Enfermo entre los enfermos” quería reflexionar con los sacerdotes
sobre algunos aspectos de” nuestra espiritualidad sacerdotal” y lo hacia en varios apartados:
Una existencia profundamente
«agradecida»
Una existencia «entregada»
Una existencia «salvada» para salvar
Una existencia que «recuerda»
Una existencia «consagrada» Bajo este título resaltaba la prodigiosa
unicidad de la Eucaristía.
“ «Mysterium fidei!». Con esta exclamación el sacerdote manifiesta,
después de la consagración del pan y el vino, el estupor siempre nuevo por
el prodigio extraordinario que ha tenido lugar entre sus manos. Un prodigio que
sólo los ojos de la fe pueden percibir. Los elementos naturales no pierden sus
características externas, ya que las especies siguen siendo las del pan y del
vino; pero su sustancia, por el poder de la palabra de Cristo y la acción del
Espíritu Santo, se convierte en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo.
Por eso, sobre el altar está presente «verdadera, real, sustancialmente» Cristo
muerto y resucitado en toda su humanidad y divinidad. Así pues, es una realidad
eminentemente sagrada. Por este motivo la Iglesia trata este
Misterio con suma reverencia, y vigila atentamente para que se observen las
normas litúrgicas, establecidas para tutelar la santidad de un Sacramento tan
grande.
Nosotros, sacerdotes, somos los celebrantes, pero también los
custodios de este sacrosanto Misterio. De nuestra relación con la Eucaristía se
desprende también, en su sentido más exigente, la condición « sagrada » de
nuestra vida. Una condición que se ha de reflejar en todo nuestro modo de ser,
pero ante todo en el modo mismo de celebrar. ¡Acudamos para ello a la escuela
de los Santos! El Año de la Eucaristía nos invita a fijarnos en los Santos que
con mayor vigor han manifestado la devoción a la Eucaristía (cf. Mane
nobiscum Domine, 31). En esto, muchos sacerdotes beatificados y
canonizados han dado un testimonio ejemplar, suscitando fervor en los fieles
que participaban en sus Misas. Muchos se han distinguido por la prolongada
adoración eucarística. Estar ante Jesús Eucaristía, aprovechar, en cierto
sentido, nuestras «soledades» para llenarlas de esta Presencia, significa dar a
nuestra consagración todo el calor de la intimidad con Cristo, el cual llena de
gozo y sentido nuestra vida.”
Seguían a continuación :
Una existencia orientada a Cristo
Una existencia «eucarística» aprendida de María.
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