“La comunidad cristiana ha dirigido siempre una
atención particular a los enfermos y al mundo del sufrimiento en sus múltiples
manifestaciones. En el surco de tan larga tradición, la Iglesia universal se
prepara para celebrar, con espíritu de servicio renovado, la primera Jornada
mundial del enfermo, en cuanto ocasión peculiar para crecer en la actitud
de escucha, de reflexión y decompromiso real ante
el gran misterio del dolor y de la enfermedad.
Esta Jornada, que desde el próximo mes de febrero se
celebrará todos los años en la conmemoración de Santa María, Virgen de Lourdes,
quiere ser para todos los creyentes "un momento fuerte de oración,
participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así
como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo
el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la
salvación de la humanidad" (Carta por la que se instituía la Jornada
mundial del enfermo, 13 mayo 1992, n. 3).
La Jornada, además, pretende implicar a todos
los hombres de buena voluntad, pues las preguntas de fondo que se plantean
ante la realidad del sufrimiento y la llamada a aportar alivio, tanto desde el
punto de vista físico como espiritual, a quien está enfermo, no afectan
solamente a los creyentes sino que interpelan a toda la humanidad, marcada con
los límites de la condición mortal.
2. Nos preparamos, lamentablemente, a celebrar esta
primera Jornada mundial en circunstancias para algunos dramáticas:
los acontecimientos de estos meses, al tiempo que subrayan la urgencia de la
oración para implorar la ayuda del cielo, reclaman al deber de poner por obra
iniciativas nuevas y urgentes de ayuda con respecto a los que sufren y no pueden
esperar.
Ante todos están las tristísimas imágenes de personas
y poblaciones que, destrozados por guerras y conflictos, sucumben bajo el peso
de calamidades fácilmente evitables. ¿Cómo retirar la mirada de los rostros
implorantes de tantos seres humanos, sobre todo niños, reducidos a espectros de
sí mismos por las peripecias de todo tipo en las que, a pesar suyo, se ven
envueltos a causa del egoísmo y la violencia? Y ¿cómo olvidar a los que en los
centros de hospitalización y de asistencia -hospitales, clínicas, leproserías,
centros de minusválidos, casas para ancianos- o en sus propios domicilios,
conocen el calvario de padecimientos a menudo ignorados, no siempre aliviados
adecuadamente y a veces incluso agravados por la carencia de una ayuda adecuada?
3. La enfermedad, que en la experiencia diaria se
percibe como una frustración de la fuerza vital natural, se convierte para los
creyentes en una invitación a "leer" la nueva y difícil situación, en
la perspectiva propia de la fe. Fuera de ella, por otra parte, ¿cómo se
puede descubrir, en el momento de la prueba, la aportación constructiva del
dolor?, ¿cómo dar significado y valor a la angustia, a la inquietud, a los
males físicos y psíquicos que acompañan a nuestra condición mortal?, y ¿qué
justificación se puede encontrar para el declive de la vejez y para la meta
final de la muerte que, a pesar de los progresos científicos y tecnológicos
siguen subsistiendo inexorablemente?
Sí, solamente en Cristo, Verbo encarnado,
redentor del hombre y vencedor de la muerte, es posible encontrar la
respuesta satisfactoria para esas preguntas fundamentales.
A la luz de la muerte y resurrección de Cristo la
enfermedad no aparece ya como hecho exclusivamente negativo: más bien, se
contempla como una "visita de Dios", como una ocasión "para
provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda
la civilización humana en la civilización del amor" (Carta apostólica Salvifici
doloris, 30; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua
española, 19 de febrero de 1984, p. 16).
La historia de la Iglesia y de la espiritualidad
cristiana ofrece un amplísimo testimonio de eso. A través de todos los siglos
se han escrito páginas admirables de heroísmo en el sufrimiento aceptado y
ofrecido en unión con Cristo. Y se han llenado páginas no menos espléndidas
mediante el servicio humilde hacia los pobres y los enfermos, en cuya carne
herida ha se ha reconocido la presencia de Cristo, pobre y crucificado.”
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