“ ¡El nacimiento del Mesías! Es
el acontecimiento central de la historia de la humanidad. Lo esperaba con
oscuro presentimiento todo el género humano; lo esperaba con conciencia
explícita el pueblo elegido.
Testigo privilegiado de esa espera, durante el tiempo litúrgico del
Adviento y también en esta solemne vigilia, es el profeta Isaías, que, desde la
lejanía de los siglos, fija la mirada inspirada en esta única, futura, noche de
Belén. Él, que vivió muchos siglos antes, habla de este acontecimiento y de su
misterio como si fuese testigo ocular: «Un niño nos ha nacido, un
hijo se nos ha dado»; «Puer natus est nobis, Filius datus est nobis» (Is 9,
5).
Este es el acontecimiento histórico cargado de misterio: nace un tierno
niño, plenamente humano, pero que es al mismo tiempo el Hijo unigénito del
Padre. Es el Hijo no creado, sino engendrado eternamente. Hijo de la misma
naturaleza que el Padre, «Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios
verdadero ». Es la Palabra, «por medio de la cual fueron creadas todas las
cosas».
Proclamaremos estas verdades dentro de poco en el Credo y
añadiremos: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo y,
por obra del Espíritu Santo, se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre».
Profesando con toda la Iglesia nuestra fe, también en esta noche reconoceremos
la gracia sorprendente que nos concede la misericordia del Señor.
Israel, el pueblo de Dios de la antigua Alianza, fue elegido para traer al
mundo, como «renuevo de la estirpe de David », al Mesías, al Salvador y
Redentor de toda la humanidad. Junto con un miembro insigne de ese pueblo, el
profeta Isaías, dirijámonos, pues, hacia Belén con la mirada de la espera
mesiánica. A la luz divina podemos entrever cómo se está cumpliendo la
antigua Alianza y cómo, con el nacimiento de Cristo, se revela
una Alianza nueva y eterna.”
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