[…] Cuando no habían pasado más que ocho meses
desde que llegara a Niegowic, al campo, en la periferia de Cracovia, fue
trasladado a San Florián, una parroquia céntrica, cera del casco antiguo. Era
una de las más activas, de las más vivas, y a ella acudían muchos de los
representantes de la intelectualidad católica. Y allí, como ya habían hecho en
la iglesia de Santa Ana, habían abierto un centro de pastoral para los
estudiantes de las universidades. Al inicio le costó un poco entrar en aquel
ambiente nuevo, todavía poco conocido. Karol enseñaba religión en un instituto
y pasaba muchas horas en el confesionario. Hasta que un día las Hermanas de la Sagrada
Familia, que dirigían un colegio universitario femenino, decidieron invitarlo a
tener una serie de charlas con sus alumnas. Empezó así, casi por casualidad.
Pero luego el tam-tam juvenil hizo el resto, y con gran rapidez.
[…]
A las chicas se unieron los estudiantes y luego otros más, cada vez más
numerosos, y todos quedaron fascinados, cautivados por aquel capellán. Era la
primera vez que un cura, en vez de hablar sólo de Dios, de religión, de la
Iglesia, trataba también de diversos aspectos de la condición juvenil. Y que no
eludía los temas más candentes. Respondía abiertamente a las preguntas propias
de los jóvenes sobre cómo afrontar y resolver los problemas del amor y del
matrimonio, los vínculos con el trabajo, y las relaciones con los adultos. […]
Wojtyla
tenía su estilo particular: rebatía el ateísmo a partir de la misma realidad
juvenil. No atacaba directamente al marxismo, sino que a través del hecho mismo
de mostrar sus clamorosas contradicciones respecto al mundo de los jóvenes y a
sus inquietudes, demolía prácticamente aquella ideología desde dentro. […]
(Gian Franco Svidercoschi: Historia de Karol, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 2003)
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