“Los
jóvenes estaban sedientos de palabras distintas, de palabras verdaderas, creíbles;
tenían necesidad de guías y querían sentirlos cercanos, amigos. Fue entonces
cuando Wojtyla volvió a pensar en lo que había visto unos años antes, en el
viaje a través de Europa y cómo había percibido la exigencia de nuevos métodos educativos
y pastorales. Partiendo de aquello tomó pie para inventar el llamado apostolado
de la «excursión». […] Eran excursiones
que se prolongaban a veces incluso durante un par de semanas, y durante las
cuales, en torno al fuego y tras la Misa celebrada al aire libre, seguían con
las reflexiones sobre Dios, sobre la espiritualidad del alma humana. Pero también
sobre los problemas concretos que los jóvenes encontraban en su vida cotidiana.
Se trataba de una experiencia pionera para aquellos tiempos. Y de hecho, al
principio, los mismos padres la veían con cierta desconfianza. Todavía peor era
cómo la miraba la policía, que veía conjuras por todas partes, e imaginaba
peligro de revueltas en cualquier pequeña reunión. De modo que para no llamar
la atención, en las excursiones Wojtyła vestía ropas civiles y los chicos le llamaban
Wujek, tío, mientras que ellos eran la Packa, la pandilla. Los jóvenes empezaron
a descubrir en el Evangelio un punto de referencia significativo para su
existencia. […]
El
siguiente paso que dio Wojtyła fue el lanzamiento de un programa de preparación
al matrimonio, el primero de la diócesis de Cracovia. Organizó cursos para
novios, celebró en numerosas bodas, por lo menos una semanal durante un par de años.
Y luego daba continuidad al seguimiento de las nuevas parejas, especialmente
tras el nacimiento de los niños. […] De
esta manera fue tomando cuerpo una nueva asociación, la Rodzinka, esto es, la pequeña
familia. Y la Rodzinka fue progresivamente uniéndose con el primer frente
pastoral, el de los jóvenes, hasta que llegaron a formar – fue éste otro de los
eslóganes de Wojtyla – el Srodowisko, esto es, una gran red que incluía a los diversos
grupos.
[…] Y en este punto hizo un segundo descubrimiento, que llamó el «amor
humano», el «amor bello». Efectivamente, muy pronto se dio cuenta de que esta vocación
al amor era el elemento de contacto más estrecho con los jóvenes. Y por tanto, sostenía
que a los jóvenes había que enseñarles el amor. «El amor no es algo que se
aprenda, y sin embargo, no hay nada qu sea tan necesario aprender». Defendía –
y en aquel tiempo era, sin duda, una afirmación muy fuerte – que «el instinto
sexual es un don de Dios». […] «Amar significa
desear el bien del otro, ofrecerse a sì mismos por el bien del otro Cuando,
como fruto del donde si mismos por el bien del otro, nace una nueva vida, esa donación
de sí debe surgir del amor». […].
Esos
años representaron un momento determinante para Karol Wojtyła en el plano de la
maduración personal. Fueron aquellos jóvenes, aquellas parejas, con sus preguntas,
con sus dudas, y sobre todo, con sus experiencias, quienes le indicaron el
camino para entrar en la comprensión de la realidad humana. Por eso, ellos
fueron sus primeros educadores.”
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