“Evangelio
quiere decir buena noticia, y la Buena Noticia es siempre una
invitación
a la alegría. ¿Qué es el Evangelio? Es una gran afirmación del
mundo
y del hombre, porque es la revelación de la verdad de su Dios. Dios
es
la primera fuente de alegría y de esperanza para el hombre. Un Dios tal
como
nos lo ha revelado Cristo. Dios es Creador y Padre; Dios, que «amó
tanto
al mundo hasta entregar a su Hijo unigénito, para que el hombre no
muera,
sino que tenga la vida eterna» (cfr. Juan 3,16).
Evangelio
es, antes que ninguna otra cosa, la alegría de la creación. Dios, al
crear,
ve que lo que crea es bueno (cfr. Juan 1,1-25), que es fuente de
alegría
para todas las criaturas, y en sumo grado lo es para el hombre. Dios
Creador
parece decir a toda la creación: «Es bueno que tú existas.» Y esta
alegría
Suya se transmite especialmente mediante la Buena Noticia, según
la
cual el bien es más grande que todo lo que en el mundo hay de mal. El
mal
no es ni fundamental ni definitivo. También en este punto el
cristianismo
se distingue de modo tajante de cualquier forma de pesimismo
existencial.
La
creación ha sido dada y confiada como tarea al hombre con el fin de que
constituya
para él no una fuente de sufrimientos, sino para que sea el
fundamento
de una existencia creativa en el mundo. Un hombre que cree en
la
bondad esencial de las criaturas está en condiciones de descubrir todos
los
secretos de la creación, de perfeccionar continuamente la obra que Dios
le
ha asignado. Para quien acoge la Revelación, y en particular el Evangelio,
tiene
que resultar obvio que es mejor existir que no existir; y por eso en el
horizonte
del Evangelio no hay sitio para ningún nirvana, para ninguna
apatía
o resignación. Hay, en cambio, un gran reto para perfeccionar todo lo
que
ha sido creado, tanto a uno mismo como al mundo.
Esta
alegría esencial de la creación se completa a su vez con la alegría de la
Salvación,
con la alegria de la Redención. El Evangelio es en primer lugar
una
gran alegría por la salvación del hombre. El Creador del hombre es
también
su Redentor. La salvación no sólo se enfrenta con el mal en todas
las
formas de su existir en el mundo, sino que proclama la victoria sobre el
mal.
«Yo he vencido al mundo», dice Cristo (cfr. Juan 16,33). Son palabras
que
tienen su plena garantía en el Misterio pascual, en el suceso de la
Pasión,
Muerte y Resurrección de Jesús. Durante la vigilia de Pascua, la
Iglesia
canta como transportada: O felix culpa, quae talem ac tantum meruit
habere
Redemptorem («¡Oh feliz culpa, que nos hizo merecer un tal y tan
gran
Redentor!» Exultet).
El
motivo de nuestra alegría es pues tener la fuerza con la que derrotar el
mal,
y es recibir la filiación divina, que constituye la esencia de la Buena
Nueva.
Este poder lo da Dios al hombre en Cristo. «El Hijo unigénito viene al
mundo
no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve del mal»
(cfr.
Juan 3,17).
La
obra de la Redención es la elevación de la obra de la Creación a un nuevo
nivel.
Lo que ha sido creado queda penetrado por una santificación
redentora,
más aún, por una divinización, queda como atraído por la órbita
de
la divinidad y de la vida íntima de Dios. En esta dimensión es vencida la
fuerza
destructiva del pecado. La vida indestructible, que se revela en la
Resurrección
de Cristo, «se traga», por así decir, la muerte. «¿Dónde está,
oh
muerte, tu victoria?», pregunta el apóstol Pablo fijando su mirada en
Cristo
resucitado (1 Corintios 15,55).”
(Juan
Pablo II: Cruzando el umbral de la esperanza, pag 41-43, Plaza Janes, 1994)
No hay comentarios:
Publicar un comentario