“"Salve,
llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc 1,
28).
Estas son las
palabras de Dios que el Ángel dirige a una pobre muchacha de Nazaret, llamada
Miriam (María), cuyos padres, según la tradición, eran Joaquín y Ana, y que
desde sus más tiernos años deseaba pertenecer sin reserva, completamente, al
Señor, como atestigua la conmemoración de la Presentación, que se celebra cada
año el 21 de noviembre.
Salve, llena de
gracia. ¿Qué significan estas palabras? El evangelista San Lucas escribe que
María (Miriam), al oír estas palabras pronunciadas por el Ángel, "se turbó
y discurría qué podría significar aquella salutación" (Lc 1,
29).
Estas palabras
expresan una elección singular. Gracia significa una plenitud particular de la
creación a través de la cual el ser, que se asemeja a Dios, participa de la
misma vida íntima de Dios. Gracia quiere decir el amor y el don de Dios mismo,
el don totalmente libre ("dado gratuitamente") por el que Dios confía
al hombre su misterio, dándole, al mismo tiempo, la capacidad de poder ser
testigo del misterio, de colmar con él su ser humano, la vida, los
pensamientos, la voluntad y el corazón.
La plenitud de
gracia es Cristo mismo. María de Nazaret recibe a Cristo, y juntamente con
Cristo y por Cristo recibe la participación más plena en el misterio eterno, en
la vida íntima de Dios: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta
participación es la más plena de todo lo creado, supera cuanto separa al hombre
de Dios. Excluye también el pecado original: la herencia de Adán. Cristo, que
es el artífice de la vida divina, es decir, de la gracia en cada hombre,
mediante la redención que llevó a cabo, debe ser particularmente generoso con
su Madre. Debe redimirla del pecado de modo singularmente sobreabundante
("copiosa apud eum redemptio: en Él está abundante redención", Sal 129,
7). Esta generosidad del Hijo para con su Madre comienza en el momento mismo de
su existencia.
Se llama Inmaculada Concepción.”
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