“También
el alma, como la tierra buena, necesita un cuidado vigilante para dar fruto.
Hay que acoger en ella la semilla de la Palabra de Dios, enseñada por la
Iglesia: hay que regarla frecuentemente con los sacramentos que nos infunden la
gracia; hay que abonarla con el esfuerzo por practicar las virtudes cristianas;
hay que quitar las malas hierbas de las pasiones desviadas; y hay que compartir
sus frutos por el buen ejemplo y la propagación de la fe. No hay cultivo más
importante que éste ni que ofrezca fruto más seguro, un fruto que va hasta la
vida eterna.”
jueves, 17 de mayo de 2018
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