El primer movimiento del cántico mariano (cf. Lc
1,46-50) es una especie de voz solista que se eleva hacia el cielo para llegar hasta
el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que habla así de su
Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto,
conviene notar que el cántico está compuesto en primera persona: “Mi alma…Mi espíritu…Mi
Salvador…Me felicitarán…. Ha hecho obras grandes por mi…”. Así pues, el alma de
la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón
y en la existencia de Maria, convirtiéndola en la Madre del Señor.
La estructura íntima de su canto orante es, por
consiguiente, la alabanza, la acción de gracias, la alegría, fruto de la
gratitud. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, puramente
individualista, porque la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión
que desempeñar en favor de la humanidad y de que su historia personal se
inserta en la historia de la salvación. Así puede decir: "Su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación" (v. 50). Con
esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de todas las criaturas
redimidas, que, en su "fiat" y así en la figura de Jesús nacido de la
Virgen, encuentran la misericordia de Dios.
En este punto se desarrolla el segundo movimiento
poético y espiritual del Magníficat (cf. vv. 51-55). Tiene una índole más coral, como
si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los fieles que celebran
las sorprendentes elecciones de Dios. En el original griego, el evangelio de
san Lucas tiene siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que
el Señor realiza de modo permanente en la historia: "Hace
proezas...; dispersa a los soberbios...; derriba del trono a los poderosos...;
enaltece a los humildes...; a los hambrientos los colma de bienes...; a los
ricos los despide vacíos...; auxilia a Israel".
En estas siete acciones divinas es evidente el
"estilo" en el que el Señor de la historia inspira su
comportamiento: se pone de parte de los últimos. Su proyecto a menudo
está oculto bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que
triunfan "los soberbios, los poderosos y los ricos". Con todo, está
previsto que su fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los
verdaderos predilectos de Dios: "Los que le temen", fieles a su
palabra, "los humildes, los que tienen hambre, Israel su siervo", es
decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está formada por los
que son "pobres", puros y sencillos de corazón. Se trata del
"pequeño rebaño", invitado a no temer, porque al Padre le ha
complacido darle su reino (cf. Lc 12, 32). Así, este cántico nos invita a unirnos a este
pequeño rebaño, a ser realmente miembros del pueblo de Dios con pureza y
sencillez de corazón, con amor a Dios.
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