La primera década
del Instituto (1981-1991)
Con el objetivo de nombrarle primer
Presidente del Instituto, Juan Pablo II llama de Milán a don Carlo Caffarra.
Nacido el 1 de junio de 1938, ordenado sacerdote el 2 de julio de 1961,
Caffarra obtiene el Doctorado en Derecho Canónico en 1967 en la Pontificia
Universidad Gregoriana con una tesis titulada: “Los fines del matrimonio en el
derecho romano” y dos años más tarde, en 1969, la especialización en Teología
Moral en la Academia Alfonsiana con un trabajo titulado: “Teología moral y
ciencias positivas”.
El 14 de octubre de 1981 tenía lugar
el primer acto académico del Instituto en Castelgandolfo, con el Papa todavía
visiblemente fatigado por la larga convalecencia tras el atentado. A este acto
acudieron el recién nombrado Presidente del Instituto, Mons. Carlo Caffarra,
junto a los primeros profesores Stanislaw Grygiel, Ramón García de Haro, Ana
Capella, etc. El profesor García de Haro recuerda cómo, terminado el acto
académico, en la cena que les ofreció Juan Pablo II, el Papa pronunció en voz
baja las siguientes palabras: “la tragedia del hombre de hoy es que ha olvidado
quién es: ya no sabe más quién es”. La pérdida de identidad del hombre
contemporáneo afecta de un modo particularmente directo al matrimonio y la
familia. Por eso, Juan Pablo II insistirá en la necesidad de una antropología
adecuada, integral, completa, capaz de devolver al hombre la verdad de su propia
identidad.
Al año siguiente, el 7 de octubre de
1982, el Instituto recibía su configuración jurídica, a través de la
Constitución Apostólica “Magnum matrimonii sacramentum”.
El fin que le señala su mismo
fundador es que la verdad acerca del matrimonio y la familia sea indagada con
método siempre más científico. Textualmente se afirma que es instituido “a fin
de que la verdad acerca del Matrimonio y la Familia sea indagada con un método
siempre más científico, y para que los laicos, religiosos y sacerdotes puedan
recibir al respecto una formación científica, ya sea filosófico-teológica, ya
sea en las ciencias humanas, de manera que su ministerio pastoral y eclesial
venga desarrollado de modo más adecuado y eficaz para bien del Pueblo de Dios.”
Además es también significativo el hecho que Juan Pablo II en esta Constitución
Apostólica confíe el Instituto bajo el especial patrocinio de la Santísima
Virgen María de Fátima, por coincidir esta memoria con la fecha del atentado en
la plaza de S. Pedro.
La novedad del Instituto no se
refleja únicamente en el contenido y el método de investigación, sino que ésta
se expresa también en su configuración jurídico-institucional. Se trata de un único
centro, pero al mismo tiempo se articula en los diversos continentes a través
de la figura jurídica de las secciones. De este modo, a partir de la erección
de la sección central en Roma, el Instituto ha ido extendiéndose a los cinco
continentes con sedes en Washington (Estados Unidos), Méjico y Guadalajara
(México), Valencia (España), Salvador de Bahía (Brasil), Cotonou (Benin),
Changanacherry (India), Melbourne (Australia). No se trata de centros
independientes, afiliados o agregados entre sí federativamente, sino que forman
todos ellos una única institución en la pluriformidad de sus secciones. De este
modo, se fomenta y cultiva la dinámica de comunión con un constante intercambio
entre las diferentes secciones, que corresponde al principio de la unidad en la
pluriformidad, que se ha mostrado tan fecundo en estos años.
Tras los tres primeros cursos, en el
año 1985, nace la revista del Instituto, Anthropos, que a partir del año 1987
tomará el nombre de Anthropotes.
Órgano oficial del Instituto, es una
publicación científica, con periodicidad semestral, que pone a disposición de
los estudiosos las reflexiones que se van elaborando en el trabajo académico y de
investigación.
Precisamente este mismo año, el 28
de octubre de 1985, tiene lugar las primeras defensas de tesis doctorales. La
primera de ellas es la de Don Livio Melina, nombrado Presidente del Instituto
en enero de 2006. Melina fue el primer doctorando de Carlo Caffarra y en el
acto de su defensa estuvo presente el entonces Cardenal Joseph Ratzinger,
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, para la que había
comenzado a trabajar el doctorando. El trabajo fue publicado bajo el título: “El
conocimiento moral. Líneas de reflexión sobre el Comentario de Sto. Tomás a la
Ética a Nicómaco”, y constituye una contribución en el campo de la moral
fundamental, al poner de manifiesto la originalidad del conocimiento moral
según Santo Tomás de Aquino.
Estos primeros resultados en el
campo de la teología moral, dieron fruto en los años sucesivos con la
celebración de dos importantes congresos internacionales de Teología Moral,
organizados conjuntamente por el Instituto y el Centro Académico Romano de la
Santa Cruz. Si el primer congreso tuvo como objetivo reflexionar sobre la
verdad moral, el segundo, organizado con motivo del XX aniversario de la
publicación de la encíclica Humanae vitae, constató el carácter verdaderamente
profético de la misma y la necesidad de continuar favoreciendo la comprensión
del documento. Ambos congresos culminaron con sendos discursos de Juan Pablo
II, el 10 de abril de 1986 y el 12 de noviembre de 1988 respectivamente, en los
que el Papa insistió en la estrecha relación verdad-libertad. De este modo, se
comenzaba a abordar la temática de lo que posteriormente constituiría uno de
los pilares de la Encíclica Veritatis splendor, cuya publicación fue anunciada
solemnemente poco más tarde, en la carta apostólica Spiritus Domini del 1 de junio de 1987, con ocasión
del segundo centenario de la muerte de San Alfonso María de Ligorio.
En la primavera de este año 1988 se
crea la sección internacional de Washington, al frente de la cual se nombra al
profesor Carl A. Anderson como Vicepresidente. El actual decano de la sección
estadounidense es el profesor D. L. Schindler.
El 15 de agosto de 1988, Juan Pablo
II publica la carta apostólica Mulieris dignitatem, sobre la dignidad y la vocación de
la mujer con ocasión del Año Mariano. La profundización antropológica que se
lleva a cabo en este documento, tiene un hondo eco en la reflexión del
Instituto sobre la relación diferencial varón y mujer.
El 14 de noviembre de 1989, Gilfredo
Marengo, hoy profesor estable de la Sección Central del Instituto, defiende su
tesis doctoral bajo el título “Trinidad y creación. Un estudio en la teología
de Tomás de Aquino”. Su director fue el entonces profesor Angelo Scola, hoy
Patriarca de Venecia. La importancia de este trabajo estriba en la
profundización que realiza en el campo de la teología dogmática, en particular
en la teología de la creación, a la luz de su fundamento trinitario. En este
sentido, las catequesis de Juan Pablo II habían apuntado ya a la necesidad de
una profunda reflexión sobre el “misterio del Principio” como base de una
antropología teológica integral.
Una tercera tesis relevante es la
defendida el 24 de octubre de 1990 por Claudio Giuliodori, hasta ahora profesor
de Teología Pastoral en la Sección Central del Instituto y recientemente
nombrado Obispo de Macerata. Su tesis va a estudiar otra temática importante,
la de la inteligencia teológica de la polaridad sexual. Dirigida también por el
entonces profesor Scola, el estudio recurre, para afrontar el tema, a dos
teólogos contemporáneos bien representativos: por una parte, Hans Urs von
Balthasar que ha sabido elaborar una amplísima teología en la que el tema
esponsal adquiere una gran relevancia gracias a la importancia que concede a la
analogía; por otro lado, Pàvel Evdomikov, que fue un laico ruso casado, padre
de dos hijos, uno de los más destacados representantes de la teología ortodoxa
contemporánea. Como a von Balthasar, también a Evdomikov el tema esponsal le
inspira la mayor parte de sus obras. La pasión por los Padres de la Iglesia une
a ambos autores y consiente un original estudio donde se pone de relieve cómo
el fundamento trinitario, cristológico y eclesiológico de la teología esponsal
puede enriquecer una teología del matrimonio y la familia.
Esta primera década se cierra con el
balance y la reflexión sintética de Carlo Caffarra. En su valoración conviene
destacar la siguiente afirmación que pone de relieve la creciente importancia
de la cuestión moral: “En la cultura contemporánea asistimos a dos hechos
significativos que asumen carácter de desafío para el Instituto. Por una parte,
se da una revalorización de la ética que permanece, sin embargo, ambigua,
porque se trata de una ética desgajada de la pregunta sobre el sentido de la
vida y que, si se secunda acríticamente por la Iglesia, corre el riesgo de una
mortificación moralista de la verdad cristiana. Por otra, se ha ido radicando
en la conciencia de muchos creyentes la convicción que aceptar el Magisterio
moral de la Iglesia (sobre todo en el campo de la sexualidad) no es ya
relevante para la pertenencia a ella. ¿Qué reto se lanza de semejante situación
para nuestro Instituto? Se tiene la impresión de no tener de frente un
destinatario que rechace algo que ha entendido muy bien, sino más radicalmente
de la fuga del destinatario mismo o mejor, de tener delante un sujeto que ha
errado las categorías de comprensión. Por tanto se deberá evitar toda
separación entre Evangelio y ética, y se deberá recolocar profundamente la
ética en el misterio cristiano”.
En el encuentro con el Santo Padre,
el 23 de marzo de 1992, con motivo de los diez primeros años de vida del
Instituto, Juan Pablo II señala en su alocución cómo la tarea del Instituto es
especialmente necesaria para la evangelización de la familia. En este sentido,
la Iglesia no se cansa de anunciar el plan de Dios sobre el matrimonio y la
familia porque “sólo en el consilium Dei, en el proyecto de Dios revelado en
Jesucristo, el hombre y la mujer que se casan conocen la verdad íntegra de su
amor conyugal y sólo en Cristo su libertad es liberada en vista del
cumplimiento de tal verdad.
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