Juan
Luis LORDA, Antropología: del Concilio Vaticano JJ a Juan Pablo JJ, Ediciones
Palabra, Madrid 1996, 256 pp., 13, 5 x 21, 5.
Es
un dato reconocido que nuestro siglo ha presenciado un notable desarrollo en
conocimientos acerca del hombre. El Concilio Vaticano II incorporó en sus
documentos elementos valiosos de la reflexión antropológica contemporánea.
También es sabido, finalmente, que el pensamiento de Karol W ojtyla -tanto
antes como después de llegar a la sede de Pedro en torno al misterio del hombre
incorpora planteamientos de las modernas filosofías. Pero, ¿qué ideas y
pensadores, en concreto, han jugado un papel principal en el progreso de la
antropología moderna? ¿Cuáles de entre sus propuestas son novedosas, cuáles son
válidas? ¿Qué aportaciones suyas hallaron camino, eventualmente, hasta los
esquemas y formulaciones de los padres del Concilio Vaticano TI, y en la mente
de Karol Wojtyla?
Para
muchos interesados en la historia del pensamiento, de la teología, de la
Iglesia, estas preguntas no resultan fáciles de responder. y es que cualquier
interés genético/etiológico por la concepción contemporánea del hombre tropieza
con el impresionante reto de hacer acopio de varias décadas de abundante
reflexión filosófica y teológica. Implica hacerse cargo de un momento de
excepcional ebullición intelectual, asignando peso donde corresponda a autores
e ideas, situando a protagonistas en el lugar que realmente ocupan en la
historia. Sin embargo, como afirma el Prof. Lorda, es urgente «intentar
sistematizar y difundir la doctrina recibida porque encierra una promesa de
renovación de planteamientos intelectuales y vitales» (p. 9).
La
presente obra tiene el doble mérito, primero de intentarlo, y además lograrlo
en buena medida. No todos están en condiciones de intentar una obra de este
tipo; hace falta manejar con suficiente madurez la filosofía y teología
antropológicas de la época contemporánea. El Prof. Juan Luis Lorda, con muchos
años de experiencia docente e investigadora en el campo de Antropología
Teológica en la Universidad de Navarra, demuestra un profundo conocimiento de
esta parcela del saber humano. Su obra ofrece una visión panorámica, construida
sobre tres puntos: la antropología filosófica contemporánea; la doctrina del
Concilio Vaticano 11, particularmente de la Constitución Gaudium et Spes; y el
pensamiento de Juan Pablo TI. No pretende dibujar un cuadro exhaustivo sino que
persigue un fin más sencillo: proporcionar un resumen en dimensiones asequibles
de la renovada concepción del hombre. «Exponer (los puntos) linealmente y de
manera resumida puede ayudar a captar con más nitidez las líneas de fondo: al
presentar el marco de las corrientes de pensamiento, resaltan las claves de la
antropología conciliar; y, cuando se contempla sobre ese fondo, se comprende
mejor la doctrina de Juan Pablo 11»
La obra está prologada por uno de los obispos
españoles que tuvieron una actuación destacada en los trabajos del Concilio:
Mons. Fernando Sebastián, actual Arzobispo de Pamplona, quien señala en el
prólogo el papel central de la antropología cristiana en la tarea de la
evangelización. «Cristo ... manifiesta el hombre al propio hombre»: según Mons.
Sebastián, esta feliz expresión conciliar señala una de las claves de la
evangelización del mundo moderno. La salvación de Cristo que la Iglesia ofrece
responde a las aspiraciones más hondas del corazón humano; proporciona una
comprensión más profunda de su origen, de su destino y de su dignidad; y pone
un sólido fundamento para los derechos humanos. Tres grandes apartados,
estrechamente relacionados, constituyen la parte central del libro: el primero
contiene un bosquejo de las filosofías recientes sobre el hombre; el segundo,
la antropología del Concilio Vaticano II; el tercero, la antropología de Karol
W ojtyla, antes y después de su llegada al pontificado romano. Al final del
libro el autor incluye dos apéndices de información bibliográfica, de gran
utilidad para los que quieran saber más acerca de los temas tratados.
Veamos
los capítulos del libro con más detenimiento. El primero lleva como titulo «Un
poco de filosofía», y es un repaso selectivo de los pensadores que más
influencia duradera han tenido en la concepción moderna del hombre. Identifica,
en primer lugar, a dos precursores del pensamiento antropológico del s. XX:
Kierkegaard, que busca potenciar al individuo situándole dialécticamente ante
Dios y otros sujetos; y Newman, que hace profundos análisis (en gran parte
biográficos) sobre la conciencia humana situada frente a Dios. Expone después
el pensamiento de los representantes más importantes de la filosofía del
diálogo: Ebner, que apunta a dos vínculos claves -la palabra y el amor- en las
relaciones interpersonales; Buber, que filosofa sobre la importancia de la
relación entre un «Yo» y un «Tú»; Lévinas, que ve en las teofanÍas del Antiguo
Testamento un paradigma de las relacionesYo» y un «Tú»; Lévinas, que ve en las
teofanÍas del Antiguo Testamento un paradigma de las relaciones entre un Yo y
un Tú soberano. Pasa a exponer a continuación las posturas de ilustres
filósofos personalistas: Marcel, que subraya la distinción entre «ser» y
«tener», Maritain, que concibe la sociedad, antes que mera conjunción de
individuos, como comunión de personas; Mounier, que defiende la primacía de las
personas sobre las cosas; Nédoncelle, que cifra la personalidad y
espiritualidad humanas en la capacidad de establecer relaciones personales,
abriendo de esta forma camino hacia una consideración de la intersubjetividad
humana como imagen de la Trinidad. Finalmente, resume las posturas de pensadores
de la escuela fenomenológica: Husserl, cuyo método permite romper el cerco
secularizante del inmanentismo; y los componentes destacados del Círculo de
Gotinga, quienes -a pesar de la posterior evolución de Husserl hacia el
subjetivismo- hallan aplicación de sus principios en campos vitales, como la
ética y el matrimonio. Este capítulo es particularmente valioso porque ofrece,
en resumidas cuentas, el cuadro de un área del pensamiento humano de relevancia
para la formulación moderna de la idea del hombre. Ciertamente, cualquier
tratamiento breve corre el riesgo de parecer una simplificación, y de perder
matices; sin embargo, si el objeto es identificar las aportaciones principales,
este procedimiento está plenamente justificado. Es de notar que el autor hace
su elenco de pensadores no de forma arbitraria, sino guiado por valoraciones
hechas por otros estudiosos del contexto filosófico-histórico correspondiente.
Un resultado implícito del bosquejo de este capítulo es que se percibe más
exactamente en qué consistió el logro personalista. No es que los personalistas
se olvidaran de la tradición boeciana y ontológica de la persona, pero sí
añaden a ese cuadro una dimensión más dinámica, existencial y concreta.
«Persona» es, además de una sustancia individual de naturaleza racional, un ser
que dialoga con otros sujetos y halla su plenitud en la experiencia vital de
entrega y de comunión. Con el telón de fondo del primer capítulo, el autor pasa
a exponer la antropología del Concilio Vaticano II. Traza primero el contexto
histórico-genético del Concilio, subrayando el interés de la Iglesia por entrar
en diálogo más profundo con el mundo. Esboza a continuación la influencia
francesa sobre el concilio (que comprende no sólo a los filósofos mencionados
en el capítulo anterior, sino también al teólogo De Lubac). Se centra después
en la Constitución pastoral Gaudium et spes, documento «ad extra» de la Iglesia
que contiene una formulación de la doctrina cristiana sobre el hombre:
concretamente, y sobre todo, en la primera parte, donde habla de la dignidad de
la persona (que radica en su relación única, dialógica, con Dios); de la
comunidad humana (que constituye un reflejo creado de la unión de las personas
divinas); y de la acción humana en el mundo (que ha de situarse en un
equilibrio que se aleje tanto de la búsqueda de un paraíso puramente terrenal
como de un divorcio entre Iglesia y mundo, o entre fe y cultura). Este
capítulo, que se ciñe bastante al hilo y texto de Gaudium et Spes, permite al
lector ver con exactitud en qué puntos hubo cierta incorporación de elementos
de las filosofías dialógicas y personalistas. Indirectamente, el capítulo
permite apreciar cómo la revelación sobre el hombre eleva en cierto modo las
filosofías concretas más allá de sus propios puntos de vista, al incorporarlas
en una visión unitaria -creacional, dinámica, icónica, cristológica y
escatológica- del hombre, fundada en la revelación. Se ve al hombre tal como es
visto por Dios.
Los tres siguientes capítulos presentan la
doctrina antropológica de Karol W ojtyla, tanto en sus años de formación
intelectual como en su posterior actividad magisterial como Obispo y como Papa.
Apoyado en otros estudios sobre la evolución de la personalidad y mente de
Karol Wojtyla, el Prof. Lorda apunta, en primer lugar, los factores que inciden
en su formación temprana: el contacto con el teatro; con la mística de S. Juan
de la Cruz; con la doctrina tomista; con el método fenomenológico, a raíz de la
tesis sobre Scheler; con los problemas éticos de sus feligreses,
particularmente los jóvenes, los matrimonios, y el mundo de la cultura. Relata
a continuación la participación de Karol Wojtyla en los trabajos del Concilio.
Saltan a la vista, por una parte, la cada vez más honda impronta del Obispo de
Cracovia sobre los planteamientos y enfoques de los documentos Gaudium et Spes
y Dignitatis humanae; y por otra, el fenómeno inverso: la maduración y
profundización teológicas provocadas en Wojtyla por su involucración en los
trabajos conciliares. Una interesante, aunque no explícita, conclusión se puede
sacar de este doble fenómeno: tan fuerte y juntamente se dio un mutuo influjo,
entre Wojtyla y Concilio, que se estableció una importante conexión entre el
magisterio conciliar y las posteriores obras y magisterio de Wojtyla como Juan
Pablo II. Los planteamientos del Vaticano II resultan ser una de las claves de
su pensamiento. Los siguientes capítulos exponen la doctrina de K. Wojtyla,
Papa. Glosan sus diversos documentos y discursos, subrayando sus aspectos
característicos: la centralidad de Cristo para la comprensión última del
hombre, (o la mutua imbricación del misterio de Cristo y del misterio humano);
la dignidad y vocación del hombre, como imagen de Dios; la comprensión de la
persona humana como realidad unitaria en una dualidad espiritual-material; la
naturaleza intrínsecamente relacional del hombre, que es vocación a la
solidaridad y al amor, a la plenitud de auto donación; y finalmente las
coordenadas básicas para relacionarse con el mundo: prioridad de la persona
sobre las cosas; de la ética sobre la técnica; del espíritu sobre la materia.
Estos capítulos son un eco sintético y orgánico de la voz actual con que la
Iglesia habla sobre el hombre. De su fuerza y riqueza se desprende que, efectivamente,
la Iglesia tiene mucho de válido y valioso que decir al mundo de hoy. Una
cuestión que suscita el modo de exposición de estos últimos capítulos es la
siguiente. En contraste con los anteriores capítulos, el autor aquí parece
detenerse menos en estudiar los factores «genéticos» de la doctrina sobre el
hombre que, a lo largo de su pontificado, va elaborando Juan Pablo II. Por una
parte, parece lógico, porque se trata, no ya de una época de formación intelectual
de un pensador, sino de una etapa de madurez y de magisterio eclesial. Cabe,
sin embargo, formular una pregunta: ¿no habrá tenido lugar un proceso no menos
intenso de evolución o profundización en esta etapa de vida de Karol Wojtyla
como Juan Pablo II? Experiencias hondas se han sucedido a lo largo de su
pontificado -dolor físico y sufrimiento moral; caída del marxismo; experiencias
de división y de unidad de creyentes y no creyentes; acercamiento a las puertas
de un nuevo milenio; etc. ¿No será preciso valorar el peso y la influencia de
tales acontecimientos sobre el pensamiento del Papa? El Prof. Lorda enumera, en
la parte final de su obra, tareas pendientes de la antropología teológica
católica: un intento de sistematización general; una profundización en la
teología de la identificación con Cristo; la construcción de una coherente
teología de la caridad, basada en el misterio de la Trinidad y de la comunión.
«Habrá que hacer algo nuevo» (p. 205). Y así es, efectivamente: estamos ante el
reto de elaborar una consistente doctrina cristiana sobre el hombre, que
comporta el esfuerzo de asimilación de logros antropológicos recientes. Cabe
afirmar que este libro es un paso inicial hacia ese «algo nuevo»; un punto de
luz a partir del cual puedan emprenderse ulteriores pasos hacia la construcción
de un tratado antropológico comprehensivo.
J. ALVIAR - SCRIPTA THEOLOGICA 29 (1997/1)
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