Llamado
a la santidad
En contacto continuo con la santidad de
Dios, el sacerdote debe llegar a ser él mismo santo. Su mismo ministerio lo
compromete a una opción de vida inspirada en el radicalismo evangélico. Esto
explica que de un modo especial deba vivir el espíritu de los consejos
evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. En esta perspectiva se comprende
también la especial conveniencia del celibato. De aquí surge la particular
necesidad de la oración en su vida: la oración brota de la santidad de Dios y
al mismo tiempo es la respuesta a esta santidad. He escrito en una ocasión:
''La oración hace al sacerdote y el sacerdote se hace a través de la oración''.
Sí, el sacerdote debe ser ante todo hombre de oración, convencido de que el
tiempo dedicado al encuentro íntimo con Dios es siempre el mejor empleado,
porque además de ayudarle a él, ayuda a su trabajo apostólico.
Si
el Concilio Vaticano II habla de la vocación universal a la santidad, en el
caso del sacerdote es preciso hablar de una especial vocación a la santidad. ¡Cristo
tiene necesidad de sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes
santos! Solamente un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez mas
secularizado, testigo transparente de Cristo y de su Evangelio. Solamente así
el sacerdote puede ser guía de los hombres y maestro de santidad. Los hombres,
sobre todo los jóvenes, esperan un guía así. ¡El sacerdote puede ser guía y
maestro en la medida en que es un testigo auténtico!
(Karol
Wojtyla/Juan Pablo II: Don y Misterio)
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