“El
hombre es un ser que busca. Toda su historia lo confirma. También la vida de
cada uno de nosotros lo atestigua. Muchos son los campos en que el hombre busca
e investiga y luego encuentra, y a veces, después de haber encontrado, comienza
de nuevo a buscar. Entre todos estos campos en que el hombre se revela como
un ser que busca, hay uno, el más profundo. Es el que entra más
íntimamente en la humanidad misma del ser humano. Y es el más vinculado al
sentido de toda la vida humana.
Varios
son los senderos de esta búsqueda. Múltiples son las historias del alma humana
precisamente en esos caminos. A veces las vías parecen muy sencillas y
próximas. Otras veces son difíciles, complicadas, alejadas. Unas veces el
hombre llega fácilmente a su “¡eureka!”, ¡he encontrado! Otras
veces lucha con dificultades como si no pudiera penetrar en sí mismo ni en el
mundo y, sobre todo, como si no pudiese comprender el mal que hay en el mundo.
No son pocos los hombres que han descrito su búsqueda de Dios por los caminos de la propia vida. Son aún más numerosos los que callan considerando como su misterio más profundo y más íntimo todo lo que han vivido en esos caminos: lo que han experimentado, cómo han buscado, cómo han perdido la orientación y cómo la han encontrado de nuevo.
El hombre es el ser que busca a Dios.
Y
hasta después de haberlo encontrado, sigue buscándolo. Y si lo busca
sinceramente, lo ha encontrado ya; como dice Jesús al hombre en un célebre paso
de Pascal: “Consuélate, no me buscarías si no me hubieras encontrado” (B.
Pascal, Pensées, 553: Le mystère de Jésus).
Esta es la verdad sobre el hombre.
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