Visitar una cárcel es un tema sensible y humano. Para mí un tema casi en la cima de la solidaridad, no obstante una decisión compleja y quizás por eso nos resulta más fácil tomar otros caminos, entre las innumerables sendas que se nos presentan en nuestro andar cristiano por la vida, para compartir algo de nosotros con el prójimo.
“Quien se encuentra en prisión piensa con nostalgia o con remordimiento en los tiempos en que era libre, y sufre con amargura el momento presente, que parece no pasar nunca. ….Me presento a vosotros como testigo del amor de Dios. Vengo a deciros que Dios os ama y desea que recorráis un itinerario de rehabilitación y de perdón, de verdad y de justicia” Decía el Papa Juan Pablo II en su visita a la cárcel Regina Caeli de Roma dentro del marco del Jubileo del 2000.
Si, rehabilitación y perdón necesariamente imprescindibles, pero en la verdad y en la justicia. Y no siempre es ese el caso. “Rehabilitación” (o “readaptación social” y “perdón” serían a veces innecesarios si existiese verdad y justicia, tema tan sensible porque generalmente son los presos políticos quienes menos gozan de estas prioridades y se les exige rehabilitación y hasta perdón por “ofensas” o “crímenes” no cometidos. Era común en las cárceles comunistas. Así lo fue también en Eslovenia. Lo digo en honor a mi padre que estuvo preso casi diez años (le faltaban algunos meses al ser amnistiado) solamente por pensar diferente, por no ser de “ellos”, por negarse a formar parte de sus filas, situación lamentablemente aun presente en nuestro mundo de hoy.
Visitar la cárcel es una visita fuerte también para los Papas, que visitando la cárcel de Roma visitan simbólicamente todas las cárceles del mundo. Lo fue de manera especial para Juan Pablo II y lo es para Benedicto XVI, con emociones seguramente encontradas de caridad, presencia y recuerdos amargos y tristes de su juventud justamente por haber vivido épocas tenebrosas, cada uno en su patria.
Fuerte a su vez para los presos mismos que los reciben con emoción y profundo agradecimiento. La visita del Papa trae alegría a la cárcel de Rebibbia, alegría y emoción, según lo han demostrado los presos en diversas oportunidades. Se los veía felices con Juan Pablo II. Ahora el Papa Benedicto ha “conversado” con ellos, respondiendo a sus preguntas, haciéndoles llegar su cercanía y su comprensión en su visita del pasado domingo, cuarto de Adviento.
Reflexionando debemos admitir que en en las cárceles también se encuentran muchos de aquellos que no han tenido oportunidad de ver la vida de otra manera, ni habrán gozado del don de ser escuchados o amados, que quizás nunca han compartido ni siquiera un momento de aquellos que nos hacen más humanos y felices.
En esta Navidad el Santo Padre Benedicto XVI en su encuentro con los presos respondiendo a uno de ellos que le decía que lo quiere decía: “Yo también te quiero mucho….y tengo que preguntarme” (y debemos preguntarnos nosotros) “¿He cumplido el imperativo del Señor? He venido aquí porque sé que en vosotros me espera el Señor, que necesitáis que se os reconozca humanamente y que necesitáis la presencia del Señor que en el Juicio Final nos pedirá cuentas de ello; por eso espero que estos centros cumplan cada vez más con el objetivo de ayudar a los detenidos a reencontrarse, a reconciliarse con los demás, con Dios, para incorporarse de nuevo a la sociedad y ayudar al progreso de la humanidad”.
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