“Nuestra época ha sido calificada por ciertos pensadores como la época de
la « postmodernidad ». Este término, utilizado frecuentemente en contextos muy
diferentes unos de otros, designa la aparición de un conjunto de factores nuevos,
que por su difusión y eficacia han sido capaces de determinar cambios
significativos y duraderos. Así, el término se ha empleado primero a propósito
de fenómenos de orden estético, social y tecnológico. Sucesivamente ha pasado
al ámbito filosófico, quedando caracterizado no obstante por una cierta
ambigüedad, tanto porque el juicio sobre lo que se llama « postmoderno » es
unas veces positivo y otras negativo, como porque falta consenso sobre el
delicado problema de la delimitación de las diferentes épocas históricas. Sin
embargo, no hay duda de que las corrientes de pensamiento relacionadas con la
postmodernidad merecen una adecuada atención. En efecto, según algunas de ellas
el tiempo de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombre debería ya
aprender a vivir en una perspectiva de carencia total de sentido, caracterizada
por lo provisional y fugaz. Muchos autores, en su crítica demoledora de toda
certeza e ignorando las distinciones necesarias, contestan incluso la certeza
de la fe.”
Este nihilismo encuentra una cierta confirmación en la terrible experiencia
del mal que ha marcado nuestra época. Ante esta experiencia dramática, el
optimismo racionalista que veía en la historia el avance victorioso de la
razón, fuente de felicidad y de libertad, no ha podido mantenerse en pie, hasta
el punto de que una de las mayores amenazas en este fin de siglo es la
tentación de la desesperación.
Sin embargo es verdad que una cierta mentalidad positivista sigue
alimentando la ilusión de que, gracias a las conquistas científicas y técnicas,
el hombre, como demiurgo, pueda llegar por sí solo a conseguir el pleno dominio
de su destino.
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