“
Transcurridos
más de cien años desde la publicación e la encíclica Aeterni Patris de León
XIII, le pareció a Juan Pablo II necesario retomar el discurso sobre la relación
entre la fe y la filosofía de manera más sistemática. De este modo, su
decimocuarta encíclica Fides et Ratio, de 1998, vino a rendir testimonio tanto
de su sensibilidad de Papa como pastor de la Iglesia y primer responsable de la
“diaconía de la verdad” (FR 2)., como de su pensamiento filosófico, siempre al
servicio de la cátedra de Pedro.
Sin
duda, el mensaje de esta encíclica de Juan Pablo II es uno solo: la fe y la razón
no se oponen, sino que son “como las dos alas con las cuales el espíritu humano
se eleva hacia la contemplación de la Verdad (FR pròlogo). Dios mismo puso en el corazón del hombre el deseo
de la verdad así como el deseo del bien – recordaba el Papa en Veritatis Splendor – y tanto de uno como
de otro el objeto final es el de conocer y amar a Dios.
Esta
búsqueda de la verdad caracteriza al hombre desde le principio del mundo:
genera la pregunta sobre el sentido de nuestra existencia, y sobre qué dirección
debe dar cada uno a su vida. Juan Pablo I recuerda que hoy en numerosos lugares
se le niega a la fe la posibilidad de alcanzar la verdad, y el surgimiento de
ciertas formas de agnosticismos y pragmatismo “ha llevado a la filosofía a
perderse en las arenas movedizas de un escepticismo general”. Precisamente por esto hace falta “devolver al
hombre de nuestro tiempo la verdadera confianza en su capacidad cognitiva, y
provocar a la filosofía para que pueda recuperar y desarrollar su verdadera
dignidad” (FR 6).
Esto
es importante también en el contexto del conocimiento que se adquiere mediante
el descubrimiento de la verdad de la Revelación. Solo en la verdad de
Jesucristo se explica definitivamente la verdad sobre el hombre, sobre su vida
y su historia. La fe es la respuesta al don de esta verdad encarnada. Se puede
por lo tanto decir que la razón humana, abierta al misterio divino, obtiene
fuerzas, “afina la mirada interior”. (FR 16), permitiendo descubrir en el mundo
la presencia operante d ela Providencia. En este contexto, el Papa claramente
repite que “la razón y la fe, por lo tanto, no pueden ser separadas sin que
disminuya la capacidad del hombre de conocerse adecuadamente a sì mismo al
mundo y a Dios” (FR 16).”
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