“Hoy, quizás más
que antes, se percibe con mayor claridad la contradicción intrínseca de un
desarrollo que fuera solamente económico. Este subordina fácilmente a la persona humana
y sus necesidades más profundas a las exigencias de la planificación económica
o de la ganancia exclusiva.
La conexión intrínseca
entre desarrollo auténtico y respeto de los derechos del hombre, demuestra una
vez más su carácter moral: la verdadera elevación del hombre, conforme a la vocación
natural e histórica de cada uno, no se alcanza explotando solamente la
abundancia de bienes y servicios, o disponiendo de infraestructuras perfectas.
Cuando los
individuos y las comunidades no ven rigurosamente respetadas las exigencias
morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y
sobre la identidad propia de cada comunidad, comenzando por la familia y las
sociedades religiosas, todo lo demás – disponibilidad de bienes, abundancia de
recursos técnicos aplicados a la vida diaria, un cierto nivel de bienestar material
– resultará insatisfactorio, y a la larga, despreciable. Lo dice claramente el
Señor en el Evangelio, llamando la atención de todos sobre la verdadera jerarquía
de valores: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su
vida?» (Mt 16,26) Sollicitudo rei socialis,
n.33
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