«Tomás el incrédulo», obra del pintor Mathias
Stomer (1590–1656). Museo
del Prado, Madrid
“Este es el día que hizo
el Señor”
“Todos estos días, entre
el Domingo de Pascua y el segundo domingo después de Pascua, in albis, constituyen en cierto
sentido el único día. La liturgia se concentra sobre un acontecimiento, sobre
el único misterio. “Ha resucitado, no está aquí” (Mc 16, 6) Cumplió la Pascua. Reveló
el significado del Paso. Confirmó la verdad de sus palabras. Dijo la última
palabra de su mensaje: mensaje de la Buena Nueva, del Evangelio. Dios mismo que
es Padre, esto es, Dador de la Vida, Dios mismo no quiere la muerte (cf. Ez 18, 23. 32), y “creó todas las cosas
para la existencia” (Sab 1,
14), ha manifestado hasta el fondo, en Él y por Él, su amor. El amor quiere
decir vida.
Su resurrección es el
testimonio definitivo de la Vida, esto es, del Amor.
“La muerte y la vida
entablaron singular batalla. El Señor de la vida, muerto, reina vivo”
(Secuencia).
“Este es el día que hizo
el Señor” (Sal 117 [118],
24): “más sublime que todos, más luminoso que los demás, en el que el Señor
resucitó, en el que conquistó para Sí un pueblo nuevo... mediante el espíritu
de regeneración, en el que ha llenado de gozo y exultación las almas de todos”
(San Agustín, Sermo 168, in
Pascha X, 1; PL 39, 2070).
Este único día corresponde,
en cierto modo, a todos los siete días de que habla el libro del Génesis, y que
eran los días de la creación (cf. Gén 1-2). Por esto los celebramos todos en
este único día. En estos días, durante la octava, celebramos el misterio de la
nueva creación. Este misterio se expresa en la persona de Cristo resucitado. El
mismo es ya este misterio y constituye para nosotros su anuncio, la invitación
a él. La levadura. En virtud de esta invitación y de esta levadura somos todos en Jesucristo la “nueva creatura”.
“Así, pues, festejémosla,
no con la vieja levadura..., sino con los ácimos de la pureza y la verdad” (1
Cor 5, 8).
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