(imagen de Wikimedia)
“Regina caeli lactare, alleluia/ quia quem meruisti portare,
alleluia/ resurrexit, sicut dixit, alleluia/ ora pro nobis Deum, alleluia”.
El período pascual nos permite dirigirnos a Ella con las
palabras de purísima alegría, con que la saluda la Iglesia…
La Iglesia con su antífona pascual “Regina caeli”,
habla a la Madre, a la que tuvo la fortuna de llevar en su seno, bajo su
corazón, y después en sus brazos, al Hijo de Dios y Salvador nuestro. Lo acogió
entre sus brazos, por última vez, cuando lo depusieron de la cruz, en el
Calvario. Ante sus, lo envolvieron en la sábana fúnebre y lo llevaron al
sepulcro. ¡Ante los ojos de la Madre! Y he aquí que al tercer día la tumba se
encontró vacía. Pero Ella no fue la primera en comprobarlo. Antes fueron allí
las “tres Marías”, y entre ellas particularmente María Magdalena, la pecadora
convertida. Lo comprobaron poco después los Apóstoles, avisados por las
mujeres. Y, aunque los Evangelios no nos dicen nada de la visita de la Madre de
Cristo al lugar de su resurrección, sin embargo, todos nosotros pensamos que Ella
debía hacerse presente allí de algún modo cuanto antes. Ella cuanto antes
debía participar en el misterio de la resurrección, porque éste era el
derecho de la Madre.
La liturgia de la Iglesia respeta este derecho de la Madre,
cuando le dirige esta invitación particular a la alegría de la resurrección: Laetare!
Resurrexit sicut dixit! E inmediatamente la misma antífona añade la súplica
para su intercesión: Ora pro nobis Deum. La revelación del poder divino
del Hijo mediante la resurrección, es al mismo tiempo revelación de la
“omnipotencia suplicante” (omnipotentia suplex) de María en relación con
este Hijo…..
La Iglesia de nuestro tiempo, mediante el Concilio Vaticano II, ha hecho una síntesis de
todo lo que se había desarrollado durante las generaciones. El capítulo VIII de
la Constitución dogmática Lumen gentium es, en cierto sentido,
una “carta magna” de la mariología para nuestra época: María presente de
modo particular en el misterio de Cristo y en el misterio de la Iglesia, María,
“Madre de la Iglesia”, como comenzó a llamarla Pablo VI (en el Credo del
Pueblo de Dios), dedicándole después un documento aparte (Marialis cultus).
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