Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 25 de julio de 2018

50 años de la Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI (2 de 3)



(del discurso de Juan Pablo II a un encuentroorganizado por el Pontificio Consejo para la familia con ocasión del XXaniversario de la Humanae Vitae)



3. En realidad, los años sucesivos a la Encíclica, no obstante la insistencia de críticas injustificadas y de silencios inaceptables, han podido demostrar con creciente claridad cómo el documento de Pablo VI era no sólo siempre de viva actualidad, sino investido hasta de un significado profético.
Un testimonio de particular valor lo ofrecieron los obispos en el Sínodo de 1980, cuando escribieron así en la Propositio 22: "Este Sagrado Sínodo, reunido en la unidad de la fe con el Sucesor de Pedro, mantiene firmemente lo que ha sido propuesto en el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 50) y después en la Encíclica Humanae vitae, y en concreto, que el amor conyugal debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a una nueva vida" (Humanae vitae, 11 y cf. 9 y 12)

Yo mismo después, en la Exhortación post-sinodal Familiaris consortio, propuse de nuevo, en el más amplio contexto de la vocación y de la misión de la familia, la perspectiva antropológica y moral de la Humanae vitae sobre la transmisión de la vida humana (cf. nn. 28-35). Asimismo, durante las audiencias de los miércoles, dediqué las últimas catequesis "sobre el amor humano en el plano divino" a confirmar y a iluminar el principio ético fundamental de la Encíclica de Pablo VI acerca de la conexión inseparable de los significados unitivo y procreativo del acto conyugal, interpretado a la luz del significado esponsal del cuerpo humano.
Entre los frutos del Sínodo de los Obispos sobre las tareas de la familia en el mundo de hoy se debe recordar la constitución de dos importantes organismos eclesiales, destinados el uno a estimular la actividad pastoral sobre el matrimonio y la familia, y el otro a promover la reflexión científica.
El primer organismo es el Pontificio Consejo para la Familia, con el cual venía profundamente renovado al precedente Comité Pontificio para la Familia querido por Pablo VI. En la Exhortación Familiaris consortio indicaba el sentido y la finalidad del nuevo organismo: ser "un signo de la importancia que yo atribuyo a la pastoral de la familia en el mundo, para que al mismo tiempo sea un instrumento eficaz a fin de ayudar a promoverla a todos los niveles" (n. 73).

El segundo organismo es el Instituto Juan Pablo II para estudios sobre matrimonio y familia, querido "para que la verdad acerca del matrimonio y la familia pueda ser cada vez mejor investigada científicamente, de modo que laicos, religiosos y sacerdotes puedan recibir formación, ya sea filosófico-teológica, ya en ciencias humanas, en esta materia, a fin de que su ministerio pastoral y eclesial se pueda desarrollar de manera más eficaz en favor del Pueblo de Dios" (Cons. Apost. Magnum matrimonii, 7 de octubre, 1982, n. 3).
Ya fundado y operante desde algunos años en la Pontificia Universidad Lateranense, recibió el reconocimiento jurídico en 1982 y ha continuado su laudable tarea alargando su actividad a otros países. En estos mismos días el Instituto ha programado el II Congreso internacional de teología moral sobre el tema "Humanae vitae: 20 años después", con reflexiones y análisis que se mueven en la línea de las preocupaciones pastorales propias también de esta reunión vuestra.

La gravedad de los problemas hoy planteados en el ámbito del matrimonio y de la familia hace cada vez más necesario que dentro de las Conferencias Episcopales nacionales o regionales, y a veces también en diócesis singulares, se constituyan y se hagan operantes organismos análogos a los ahora recordados: sólo así los problemas pueden encontrar, con la debida profundización doctrinal, válidas respuestas pastorales oportunamente coordinadas con las iniciativas de los otros organismos eclesiales.
4. La presente reunión reviste ya una particular importancia por el mismo hecho de desarrollarse entre obispos aquí congregados como representantes de las Conferencias Episcopales de los respectivos países, en los que les han sido confiados específicos encargos en este sector de la pastoral. Venerados hermanos: La problemática teológica y pastoral suscitada por la Encíclica Humanae vitae y por la Exhortación Familiaris consortio, representa sin duda un capítulo fundamental de vuestra solicitud de maestros y de Pastores de la verdad evangélica y humana acerca del matrimonio y la familia.

Este encuentro puede ser para vosotros una preciosa ocasión para que, mediante la comunicación de experiencias, se pueda describir y analizar mejor la actual situación de la Iglesia, sea refiriendo los desarrollos vinculados a la temática de la Humanae vitae, sea informando acerca de la respuesta que, en las diversas situaciones sociales y culturales, se ha dado al respecto.

El método de estos trabajos y los resultados que se obtendrán pueden quizá sugerir la oportunidad de volver a convocar en el futuro semejantes encuentros. Ellos de hecho se mueven en el contexto de una colaboración ya presente entre el Pontificio Consejo para la Familia y los Episcopados de los diferentes países, sobre todo con ocasión de las visitas ad limina. Las múltiples dificultades a las que debe hacer frente la familia en el mundo contemporáneo inducen a desear la consolidación ulterior de tal colaboración a fin de ofrecer a los esposos toda ayuda posible para corresponder mejor a su propia vocación.
5. Desde muchas partes la referencia a la Encíclica Humanae vitae se une, casi automáticamente, a la idea de la "crisis" que ha afectado, y continúa afectando, a la moral conyugal.

Sin duda se deben reconocer las múltiples y a veces graves dificultades que en este campo encuentran los sacerdotes y las parejas, los unos en anunciar la verdad entera sobre el amor conyugal, y las otras en vivirla. Por otra parte, las dificultades a nivel moral son el fruto y el signo de otras dificultades más graves que tocan los valores esenciales del matrimonio como "íntima comunidad de vida y de amor conyugal" (Gaudium et spes, 48). La pérdida de estima en relación al hijo como "preciosísimo don del matrimonio" (Gaudium et spes, 50) y hasta el rechazo categórico de transmitir la vida, a veces por una errónea concepción de la procreación responsable, y la interpretación totalmente subjetiva y relativa del amor conyugal, tan abundantemente difundidas en nuestra sociedad y en nuestra cultura, son el signo evidente de la actual crisis matrimonial y familiar.

Como raíz de la "crisis", la Exhortación Familiaris consortio ha señalado una corrupción de la idea y de la práctica de la libertad, que es "concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta" (n. 6). Más radicalmente todavía hay que indicar una visión inmanentista y secularizante del matrimonio, de sus valores y de sus exigencias: el rechazo a reconocer el manantial divino del que derivan el amor y la fecundidad de los esposos, expone el matrimonio y la familia a desintegrarse también como experiencia humana.
Al mismo tiempo la situación actual presenta también aspectos positivos, entre los cuales sobresale el descubrimiento de los "recursos" de que el hombre y la mujer disponen para vivir la verdad plena del amor conyugal.

El primero y fundamental recurso es el sacramento del matrimonio, o sea, Jesucristo mismo que se hace presente y operante por medio de su Espíritu y hace a los esposos cristianos partícipes de su amor a la humanidad redimida. Este "sacramento" manifiesta plenamente y lleva a total cumplimiento aquel "sacramento primordial de la creación" por el cual desde el "principio" el hombre y la mujer han sido creados por Dios a su imagen y semejanza y llamados al amor y a la comunión. Así el hombre y la mujer, mientras realizan su "humanidad" según la vocación matrimonial, se ponen al servicio no sólo de los hijos, sino también de la Iglesia y de la sociedad.

El período post-conciliar ha favorecido un progresivo crecimiento en el conocimiento del significado eclesial y social del matrimonio y de la familia: es éste el lugar más común y, al mismo tiempo, fundamental en el que se expresa la misión de los laicos en la Iglesia. La "Carta de los Derechos de la Familia", publicada por la Santa Sede en 1983 a petición del Sínodo de los Obispos, constituye un momento de particular importancia para la conciencia del significado social y político de la vida de pareja y de familia: éstas no son meras destinatarias, sino verdaderas y propias "protagonistas" de una "política" al servicio del bien común familiar.

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