Ante la hermosa basílica de la “Pura y Limpia Concepción”
de Luján nos congregamos esta tarde para orar junto al altar del Señor.
A la Madre
de Cristo y Madre de cada uno de nosotros queremos pedir que presente a su Hijo
el ansia actual de nuestros corazones doloridos y sedientos de paz.
A Ella que, desde los años de 1630, acompaña aquí
maternalmente a cuantos se la acercan para implorar su protección, queremos
suplicar hoy aliento, esperanza, fraternidad.
(…)
Meditando sobre el
misterio de la elevación de cada hombre en Cristo: de cada hijo de esta nación,
de cada hijo de la humanidad, repito con vosotros las palabras de María:
Grandes cosas ha hecho por nosotros el Poderoso, (cf. Lc 1,
49) “cuyo nombre es santo. / Su misericordia se derrama de generación en
generación sobre los que le temen. /Desplegó el poder de su brazo y dispersó a
los que se engríen con los pensamientos de su corazón... / Acogió a Israel, su
siervo, acordándose de su misericordia. /Según lo que había prometido a
nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre”.
¡Hijos e hijas del Pueblo de Dios!
¡Hijos e hijas de la tierra argentina, que os encontráis
reunidos en este santuario de Luján! ¡Dad gracias al Dios de vuestros padres
por la elevación de cada hombre en Cristo, Hijo de Dios!
Desde este lugar, en el que mi predecesor Pío XII creyó
llegar “al fondo del alma del gran pueblo argentino”, seguid creciendo en la fe
y en el amor al hombre.
Y Tú, Madre, escucha a tus hijos e hijas de la nación
argentina, que acogen como dirigidas a ellos las palabras pronunciadas desde la
cruz: ¡He ahí a tu hijo! ¡He ahí a tu Madre!
En el misterio de la redención, Cristo mismo nos confió a
Ti, a todos y cada uno.
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