Seguimos en el mes del Sagrado Corazón de Jesús. Parece por tanto oportuno incluir el texto del Angelus del Papa Juan Pablo II del domingo 22 de junio de 1986 invitandonos a la devocion al Corazón de Jesús pocos meses antes de su viaje apostolico a Francia, durante el cual, el 5 de octubre visitó Paray-le-Monial, lugar donde el 16 de junio de 1675 Jesús se le apareció a Santa Margarita María de Alacoque.
Rezando así, particularmente ahora, en el mes de junio, meditamos en aquella
complacencia eterna que el Padre tiene en el Hijo: Dios en Dios, Luz en Luz.
Esa complacencia significa también Amor: este Amor al que todo lo que existe le
debe su vida: sin Él, sin Amor, y sin el Verbo-Hijo, no se hizo nada de cuanto
se ha hecho. (Jn 1, 3).
Esta complacencia del Padre encontró su manifestación en la obra de la
creación, en particular en la del hombre, cuando Dios "vio lo que había
hecho y he aquí que era bueno... era muy bueno" (cf. Gén 1, 31).
¿No es, pues, el Corazón de Jesús ese "punto" en el que también el
hombre puede volver a encontrar plena confianza en todo lo creado? Ve los
valores, ve el orden y la belleza del mundo. Ve el sentido de la vida.
Corazón de Jesús, en quien el Padre halló sus complacencias.
Nos
dirigimos a la orilla del Jordán.
Nos dirigimos al monte Tabor.
En ambos acontecimientos descritos por los Evangelistas se oye la voz del Dios
invisible, y es la voz del Padre:
"Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia. Escuchadle"
(Mt 17, 5).
La eterna complacencia del Padre acompaña al Hijo, cuando Él se hizo hombre,
cuando acogió la misión mesiánica a desarrollar en el mundo, cuando decía que
su comida era cumplir la voluntad del Padre.
Al final Cristo cumplió esta voluntad haciéndose obediente hasta la muerte de
cruz, y entonces esa eterna complacencia del Padre en el Hijo, que pertenece al
íntimo misterio del Dios-Trino, se hizo parte de la historia del hombre. En
efecto, el Hijo mismo se hizo hombre y en cuanto tal tuvo un corazón de hombre,
con el que amó y respondió al amor. Antes que nada al amor del Padre.
Y por eso en este corazón, en el Corazón de Jesús, se concentró la complacencia
del Padre.
Es la complacencia salvífica. En efecto, el Padre abraza con ella ―en el
corazón de su Hijo― a todos aquellos por los que este Hijo se hizo hombre.
Todos aquellos por los que tiene el corazón. Todos aquellos por los que murió y
resucitó.
En el Corazón de Jesús el hombre y el mundo vuelven a encontrar la complacencia
del Padre. Este es el corazón de nuestro Redentor. Es el corazón del Redentor
del mundo.
En nuestro rezo del Ángelus Domini unámonos a María. Unámonos a Ella, de la
que el Hijo de Dios tomó un corazón humano. Pidámosle que nos acerque a Él.
Pidamos a Ella, en el corazón del Hijo, acerque al hombre y al mundo la
complacencia del Padre, el Amor del Padre, la misericordia de Dios.
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