Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 6 de junio de 2020

Auschwitz: monumento a las consecuencias del totalitarismo



Auschwitz, al lado de otros lager, queda símbolo dramáticamente elocuente de las consecuencias del totalitarismo. La peregrinación a estos lugares con el recuerdo y con el corazón, en este cincuenta aniversario, es obligatoria. "Me arrodillo —dije en el año 1979 durante la Santa Misa celebrada en Brzezinka, cerca de Auschwitz— sobre este Gólgota del mundo contemporáneo"[4]. Como entonces, renuevo idealmente mi peregrinación a tales campos de exterminio. Me paro especialmente "ante las lápidas con la inscripción en hebreo", para recordar al pueblo "cuyos hijos e hijas estaban destinados al exterminio total" y para confirmar que "no le es lícito a nadie pasar con indiferencia"[5]. Como entonces, me detengo ante las lápidas en ruso, después de los cambios sobrevenidos en la ex-Unión Soviética y recuerdo "la parte que ha tenido este País en la última Guerra por la libertad de los pueblos"[6]. Me detengo después ante las lápidas en lengua polaca y pienso de nuevo en el sacrificio de buena parte de la nación, que anota "una dolorosa cuenta sobre la conciencia de la humanidad". Como dije en 1979, repito hoy: "He elegido tres lápidas. Pero sería necesario detenerse delante de cada una de las existentes"[7]. Sí, en este cincuenta aniversario del final de la Segunda Guerra mundial, siento la íntima necesidad de permanecer junto a todas las lápidas, también de aquellas que recuerdan el sacrificio de víctimas menos conocidas o incluso olvidadas.
De esta meditación brotan interrogantes que la humanidad no puede dejar de lado. ¿Por qué se llegó a un grado tal de envilecimiento del hombre y de los pueblos? ¿Por qué, acabada la guerra, no se han sacado las debidas consecuencias de tan amarga lección para todo el continente europeo?
El mundo, y en particular Europa, se dirigieron hacia aquella gran catástrofe porque habían perdido la energía moral necesaria para hacer frente a todo lo que les empujaba hacia la guerra. En efecto, el totalitarismo destruye la libertad fundamental del hombre y viola sus derechos. Manipulando la opinión pública con el martilleo incesante de la propaganda, empuja a ceder fácilmente al recurso a la violencia y las armas y acaba por aniquilar el sentido de responsabilidad del ser humano.
Entonces, por desgracia, no nos dimos cuenta de que cuando se llega a pisotear la libertad, se ponen las condiciones para un peligroso deslizamiento hacia la violencia y el odio, precursores de la "cultura de la guerra". Precisamente esto fue lo que sucedió: no fue difícil a los jefes conducir a las masas a la elección fatal, mediante la afirmación del mito del hombre superior, la aplicación de políticas racistas o antisemitas, el desprecio hacia la vida de cuantos eran considerados inútiles a causa de enfermedades o marginación, la persecución religiosa o la discriminación política, la reducción progresiva de las libertades por medio del control policial y el condicionamiento psicológico derivado del uso unilateral de los medios de comunicación social. Precisamente a estas tramas se refería el Papa Pío XI de venerada memoria cuando, en la Encíclica Mit brennender Sorge, del 14 de marzo de 1937, hablaba de "tétricos programas" que aparecían en el horizonte[8].


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