Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 23 de agosto de 2022

Juan Pablo II y la “Morenita” por Valentina Alazraki

 

(Imagen en la Capilla Vaticana)

En el avión que lo llevaba hacia México, en enero de 1979, Juan Pablo II, uniéndose inesperadamente a los periodistas que lo acompañaban en su primer viaje internacional, les dijo que su mayor deseo en ese momento era llegar a la Ciudad de México para arrodillarse ante la Virgen de Guadalupe en la Basílica dedicada a ella.  A nosotros los mexicanos nos impacto fuertemente que conociera y comprendiera tan bien la devoción por la “Morenita”.

Juan Pablo II se sentía tan cercano a esta Virgen porque de alguna manera veía en Ella una fuerte semejanza con la Virgen de Czestochowa. Como Ella en Polonia, me dijo en una breve entrevista que de hecho inauguraba la era de las conferencias de prensa a 10.000 metros de altura, también la Virgen de Guadalupe fue una figura central en la historia de México, en sus momentos luminosos, pero sobre todo en los momentos oscuros. Para el pueblo mexicano siempre representó un símbolo de unidad e identidad nacional así como lo había sido la Virgen de Jasna Gora para el pueblo polaco.

En aquel vuelo, Juan Pablo II nos dijo que la Virgen de Guadalupe era una Madre que educa y que representa un faro y una llamada para todos los pueblos, para la Iglesia y para todos los miembros de la sociedad Latinoamericana. Su primera visita a la Basílica de la Virgen de Guadalupe quedó grabada en el corazón de todos los mexicanos.

En Roma, había escrito una oración a la Morenita,  que después recitó arrodillado ante Ella, en la que ponía en Sus manos “toda su vida, su trabajo, sus alegrías, sus enfermedades y sus dolores”.  A Ella también le pidió “paz, prosperidad y justicia” para todos los pueblos latinoamericanos.

Para Juan Pablo II, la Virgen de Guadalupe era el testimonio primordial de Cristo en América. Había querido aparecerse, según él a una persona sencilla como el indígena Juan Diego para anunciar que Jesús ama a los hombres de todas las razas y culturas. Puso en sus manos, además de su misión, también la evangelización del Continente americano, que para él era el Continente de la Esperanza.

La devoción y el amor por la Virgen de Guadalupe acompañaron al Papa durante todo su pontificado. Después de su primer viaje a México, tuvo sobre su escritorio privado durante mucho tiempo una imagen de la Morenita que le había dado el entonces arzobispo de la Ciudad de México, el cardenal José Corripio Ahumada.

Para que la Morenita estuviese siempre presente en el Vaticano, Juan Pablo II autorizó la construcción de una capilla dedicada a Ella en las Grutas Vaticanas, a pocos metros de la tumba de san Pedro y el mismo la inauguró en 1992. Ante su imagen, expresó que había entrado tan profundamente en los corazones de los fieles que él mismo ponía en sus manos el futuro de todos.

El Papa, que cada vez que hablaba de México usaba la expresión “México siempre fiel”  o “México sempre fedele”, dijo que aquella capilla representaba un testimonio no solo de la vocación mariana de este país, sino también de su fuerza unificadora y de su cultura, una riqueza para toda la Iglesia.

Su amor por la Virgen de Guadalupe se manifestó también en el lugar privilegiado que quiso reservarle a Juan Diego: el primer acto de su segundo viaje a México, en mayo de 1990, fue la beatificación del indígena a quien se le había aparecido la Virgen de Tepeyac.  En la Basílica de Guadalupe Juan Pablo II habló de Juan Diego como confidente de la dulce Señora de Tepeyac, y dijo que su figura estaba vinculada indisolublemente a la aparición guadalupana y que la Virgen lo había escogido entre los más humildes como demostración de su amor.

En 1999, decide que las conclusiones del Sínodo para América fuesen anunciadas precisamente en la basílica de la Virgen de Guadalupe. Por tercera vez en su pontificado, el Papa se arrodilló ante la Morenita y le pide acompañar a las iglesias de todo el Continente americano para que sean evangelizadoras y misioneras. Puso en sus manos a todos los fieles americanos y a las iglesias a fin de que Ella entrara en sus casas y en sus corazones para que las familias fuesen escuelas de vida y de fe. Le pidió también que iluminara a los gobernantes y a los pueblos para que aprendiesen a vivir en autentica libertad respetando la justicia y los derechos humanos. El aplauso más fuerte se escucho cuando anuncio que el 12 de diciembre se celebraría la fiesta de la Virgen en todo el Continente.



En 2002 gravemente enfermo, contraviniendo las indicaciones de los médicos, quiso a toda costa volver  a orar en la Basílica de Guadalupe para poder canonizar a Juan Diego. En una de las ceremonias más espectaculares de su pontificado, Juan Pablo II afirmó que Juan Diego, acogiendo el mensaje cristiano, no renuncio a su identidad indígena, descubrió una humanidad nueva, le fue más fácil el encuentro entre dos mundos y llego a ser el protagonista de la nueva identidad mexicana, unida íntimamente a la Virgen de Guadalupe, cuyo rostro mestizo manifiesta una maternidad espiritual que abraza a todos los mexicanos.


(publicado en Totus Tuus,  revista de la Postulaciòn, Nro 5 Oct/Nov 2010)

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