“El
relato de la pasión del Señor nos acompaña hoy hasta el momento en que el
cuerpo de Jesús, muerto en la cruz, queda puesto en un sepulcro de piedra. Y,
sin embargo, la liturgia de hoy quiere introducirnos más profundamente en el misterio pascual de
Jesucristo. Por eso, el texto conciso de la segunda lectura, tomado de
la Carta de San Pablo a los Filipenses, es clave para descubrir, en el
trasfondo de los acontecimientos de la Semana Santa, la plena dimensión del misterio divino.
podríamos preguntarnos de nuevo, como aquellos que lo vieron entrar en Jerusalén.
Jesucristo,
“siendo de naturaleza divina, no consideró como presa codiciada el ser igual a
Dios. Por el contrario, se anonadó a Sí mismo tomando la forma de siervo,
haciéndose semejante a los hombres” (Flp 2, 6-7).
Jesucristo es por tanto verdadero Dios, Hijo de Dios, el cual, habiendo asumido la naturaleza humana, se hizo hombre. Vivió sobre esta tierra como Hijo del hombre. Y en El, precisamente en cuanto Hijo del hombre, tuvo cumplimiento la figura del Siervo de Yavé, anunciado por Isaías.”
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