“Sin
duda, Juan Pablo II es un gran filósofo y teólogo; pero, antes que nada es un
hombre que ha vivido en el mundo real. Antes de llegar a ser un renombrado
profesor universitario, trabajó en una fábrica e hizo teatro. Así conoció el
mundo del trabajo y del arte. Desde cerca, experimentó las necesidades de las
mujeres. Durante el comunismo, «con ojos atentos y un corazón nada frío», como
señala un escritor italiano . Atentamente observó todo lo que las mujeres
polacas habían logrado en el ámbito de la familia, la cultura y la sociedad, en
general. Y pese a que, muchas veces, la ideología de la igualdad de los sexos
conducía a la mujer al agotamiento físico.
Tal
vez por ello, Karol Wojtyla aprecia tanto a las mujeres, les agradece tan
sinceramente su compromiso «en todos los ámbitos de la vida social, económica,
cultural, artística y política» Quizás, por esta razón, en sus
innumerables viajes por el mundo, se muestra solidario con las mujeres de todos
los países y continentes, especialmente con aquellas que son humilladas y
rebajadas, objeto de la violencia y dominación masculinas. ¿Quién se acuerda de
esa pobre negrita de Kisangani que, temblando en sus harapos, apareció de
pronto frente al Santo Padre? Juan Pablo II comprendió de inmediato todo su
sufrimiento y la abrazó espontáneamente. Este es sólo un ejemplo entre muchos.
No
sólo en África acostumbra Juan Pablo II a romper con las convenciones y el
protocolo, cuando se trata de estar más cerca de las mujeres. En Suecia en 1990
aceptó una invitación a «cenar sólo con mujeres». De esta manera, las prioras
de diferentes congregaciones que así lo habían solicitado, tuvieron la
oportunidad de conversar con él en un ambiente familiar y relajado, como
comentaron después. Las hermanas quedaron impresionadas de lo «alegre y bien
informado» que está el Papa.
No
es pues de extrañar «la gran apertura hacia el mundo femenino» del Santo Padre,
pues Juan Pablo II rechaza toda clase de discriminación y de prejuicios frente
a las mujeres. Él no rompe sólo con el protocolo, sino con una antigua
tradición, que creía comprobar la inferioridad moral y espiritual de la mujer
y, por esta razón, le impedía adoptar decisiones importantes y exigía que la
esposa se sometiera incondicionalmente a su marido y señor. Estas disposiciones
restringían la libertad de la mujer y podían ofender mucho. No obstante,
también afectaban al hombre pues, en cuanto éste se sujetaba a tales normas,
renunciaba a una auténtica amistad y colaboración con la mujer. En vez de una
amiga, tenía un esclavo más. Ciertamente, hay que considerar que en tiempos
pasados existía una mentalidad, diferente a la actual; sin embargo, el Papa no
duda en reconocer con humildad, junto a todos los avances, también los errores
que ha cometido la Iglesia en lo que respecta a la mujer. «Me gustaría que
todos los fanáticos del mundo razonaran con el equilibrio de! Papa», señala
Gertrude Mongella, Presidenta de la Conferencia Internacional de la Mujer de
Peking, después de su encuentro con el Santo Padre, en agosto de 1995.
Juan
Pablo II ha sido reconocido como un «pionero» de los derechos humanos de la
mujer, como un «innovado». Lejos de cualquier entusiasmo romántico, se pone del
lado de aquellos que se la «juegan» por la justicia social y política.
«Emancipación» significa para él, abandono de las tradiciones represivas, de
clichés y de prejuicios; pero, sobre todo, de formas de vida que se han vuelto
estrangulantes. Hace ver que, actualmente, la comunidad cristiana es la más
importante organización mundial de ayuda a la mujer. En efecto, no hay ninguna
institución de las Naciones Unidas que, en un sinnúmero de pueblos africanos o
islas del Sudeste asiático, sostenga tantos programas de ayuda a la mujer, como
la Iglesia Católica. Sobre todo, considerando que el fin de tales proyectos es,
precisamente, ofrecer educación a las mujeres, para permitirles salir de su
aparente insignificancia.
(leer
completo con citas en Jutta
Burggraf: Juan PabloII y la vocación de la mujer)
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