En el “retiro” en el monte Tabor, Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria, sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús hemos de seguirlo juntos. Y juntos, como Iglesia peregrina en el tiempo, vivimos el año litúrgico y, en él, la Cuaresma, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje. Análogamente al ascenso de Jesús y sus discípulos al monte Tabor, podemos afirmar que nuestro camino cuaresmal es “sinodal”, porque lo hacemos juntos por la misma senda, discípulos del único Maestro. Sabemos, de hecho, que Él mismo es el Camino y, por eso, tanto en el itinerario litúrgico como en el del Sínodo, la Iglesia no hace sino entrar cada vez más plena y profundamente en el misterio de Cristo Salvador.
Y llegamos al momento
culminante. Dice el Evangelio que Jesús «se transfiguró en presencia de ellos:
su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como
la luz» (Mt 17,2). Aquí está la “cumbre”, la meta del camino. Al
final de la subida, mientras estaban en lo alto del monte con Jesús, a los tres
discípulos se les concedió la gracia de verle en su gloria, resplandeciente de
luz sobrenatural. Una luz que no procedía del exterior, sino que se irradiaba
de Él mismo. La belleza divina de esta visión fue incomparablemente mayor que
cualquier esfuerzo que los discípulos hubieran podido hacer para subir al
Tabor. Como en cualquier excursión exigente de montaña, a medida que se
asciende es necesario mantener la mirada fija en el sendero; pero el
maravilloso panorama que se revela al final, sorprende y hace que valga la
pena. También el proceso sinodal parece a menudo un camino arduo, lo que a
veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo
maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de
Dios y nuestra misión al servicio de su Reino.
(…)
La Cuaresma está
orientada a la Pascua. El “retiro” no es un fin en sí mismo, sino que nos
prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a
la resurrección. De igual modo, el camino sinodal no debe hacernos creer en la
ilusión de que hemos llegado cuando Dios nos concede la gracia de algunas
experiencias fuertes de comunión. También allí el Señor nos repite:
«Levántense, no tengan miedo». Bajemos a la llanura y que la gracia que hemos
experimentado nos sostenga para ser artesanos de la sinodalidad en la vida
ordinaria de nuestras comunidades.
(del Mensaje del SantoPadre Francisco para la Cuaresma 2023)
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