Ustedes
son valiosos. Al mirarlos, pienso en la variedad de sus procedencias, en la
historia gloriosa y en los duros sufrimientos que muchas de sus comunidades han
padecido o padecen. Y quisiera reiterar lo que dijo el papa Francisco sobre las
Iglesias orientales: «Son Iglesias que deben ser amadas: custodian tradiciones
espirituales y sapienciales únicas, y tienen tanto que decirnos sobre la vida
cristiana, la sinodalidad y la liturgia; piensen en los Padres antiguos, en los
Concilios, en el monacato: tesoros inestimables para la Iglesia» (Discurso a los participantes en la Asamblea de la ROACO,
27 de junio de 2024).
Deseo
citar también al Papa León XIII, que fue el primero en dedicar
un documento específico a la dignidad de sus Iglesias, dada ante todo por el
hecho de que «la obra de la redención humana comenzó en Oriente» (cf. Lett. ap. Orientalium dignitas, 30 de
noviembre de 1894). Sí, ustedes tienen «un papel único y
privilegiado, por ser el marco originario de la Iglesia primitiva» (San Juan
Pablo II, Carta. ap. Orientale Lumen, 5). Es
significativo que algunas de sus liturgias —que estos días están celebrando
solemnemente en Roma según las diversas tradiciones— sigan utilizando la lengua
del Señor Jesús. Pero el papa León XIII hizo un sentido llamamiento para que
«la legítima variedad de la liturgia y la disciplina oriental [...] redunde en
[...] gran decoro y utilidad de la Iglesia» (Lett. ap. Orientalium dignitas).
Su preocupación de entonces es muy actual, porque en nuestros días muchos
hermanos y hermanas orientales, entre los que se encuentran varios de ustedes,
obligados a huir de sus territorios de origen a causa de la guerra y las
persecuciones, de la inestabilidad y de la pobreza, corren el riesgo, al llegar
a Occidente, de perder, además de su patria, también su identidad religiosa.
Así, con el paso de las generaciones, se pierde el patrimonio inestimable de
las Iglesias orientales.
Hace
más de un siglo, León XIII señaló que «la conservación de
los ritos orientales es más importante de lo que se cree» y, con este fin,
prescribió incluso que «cualquier misionero latino, del clero secular o
regular, que con consejos o ayudas atraiga a algún oriental al rito latino» sea
«destituido y excluido de su cargo» (ibíd.). Acogemos el llamamiento a
custodiar y promover el Oriente cristiano, sobre todo en la diáspora; aquí,
además de erigir, donde sea posible y oportuno, circunscripciones orientales,
es necesario sensibilizar a los latinos. En este sentido, pido al Dicasterio para las Iglesias Orientales, al
que agradezco su trabajo, que me ayude a definir principios,
normas, y directrices a través de los cuales los pastores latinos
puedan apoyar concretamente a los católicos orientales de la diáspora, y a
preservar sus tradiciones vivas y a enriquecer con su especificidad el contexto
en el que viven.
La
Iglesia los necesita. ¡Cuán grande es la contribución que el Oriente cristiano
puede darnos hoy! ¡Cuánta necesidad tenemos de recuperar el sentido del misterio,
tan vivo en sus liturgias, que involucran a la persona humana en su totalidad,
cantan la belleza de la salvación y suscitan asombro por la grandeza divina que
abraza la pequeñez humana! ¡Y cuán importante es redescubrir, también en el
Occidente cristiano, el sentido del primado de Dios, el valor de la mistagogia,
de la intercesión incesante, de la penitencia, del ayuno, del llanto por los
propios pecados y de toda la humanidad (penthos), tan típicos de las
espiritualidades orientales! Por eso es fundamental custodiar sus tradiciones
sin diluirlas, tal vez por practicidad y comodidad, para que no se corrompan
por un espíritu consumista y utilitarista.
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