Slawomir Oder, el postulador de la causa de beatificación y canonización de Juan Pablo II dice en su libro “Porque es santo” que podríamos fundamentar que Juan Pablo II poseía un don de percepción extraordinaria de lo sobrenatural. Durante unas conversaciones sobre apariciones marianas, alguien de su entorno le pregunto si alguna vez había visto a la Virgen. Y el Papa respondió decidido: “No, no he visto a la Virgen, pero la percibo”.
Habiendo sido aspirante desde los 13 años Karol fue admitido en la Congregación Mariana a los 15 y en 1935 llego a ser presidente de la Congregación mariana estudiantil en el colegio secundario “Marcin Wadowita” de Wadowice. Ya desde aquellos años conservó algunas manifestaciones externas de su pertenencia a Maria; de día acostumbraba llevar el rosario alrededor de su muñeca y de noche lo colocaba sobre la mesita de luz; o el escapulario de la Virgen del Carmelo que siempre llevaba al cuello (escapulario que fue manchado de sangre el dia del atentado en 1981 y del cual no quiso separarse ni siquiera en la sala de operaciones). A mitades de los años cuarenta practicaba la devoción en el Colegio belga en su tiempo de estudio en Roma: se detenía a menudo para rezar delante de las virgencitas romanas, en capillitas con imágenes o bajorrelieves de la Virgen. En 1981 con ocasión de la Fiesta de la Inmaculada bendeciría el mosaico de Maria Madre de la Iglesia mirando sobre la Plaza San Pedro. Finalmente había encontrado su lugar entre tantas estatuas de apóstoles y santos que desde hacía siglos adornaban la Basílica vaticana y la columnata de Bernini.
Contaba el cardenal Deskur, que cuando fue nombrado arzobispo de Cracovia Wojtyla se encontró con un seminario diocesano casi vacío y entonces decidió hacerle una promesa a Maria: «Hare tantas peregrinaciones a pie a todos tus santuarios grandes y pequeños, cercanos o lejanos según el numero de vocaciones que nos regales cada año». De pronto el Seminario comenzó a repoblarse y contaba casi quinientos alumnos cuando el Arzobispo dejó Cracovia para hacerse cargo de la cátedra de Pedro. Basándose en esta promesa Juan Pablo II insistía que en sus viajes pastorales siempre se incluyera en el programa al menos una visita a un lugar de culto mariano. En Cracovia rezaba por los problemas de la diócesis en el vecino santuario de Kalwaria Zebrzydowska,
que visitaba para caminar por sus senderos a menudo cubiertos de barro o de nieve, tanto que su chofer ya había adoptado la costumbre de tener siempre a mano un par de botas de goma. Después de su “conversación” con la Virgen explicaba el arzobispo, cualquier dificultad inexplicablemente encontraba solución.
Otro lugar mariano que Juan Pablo II llevaba en su corazón era el Santuario de Czestochowa. Un testigo del último viaje a Polonia de Juan Pablo II recordaba: «La capilla donde está la Virgen es muy pequeña. Al buscar un poco de espacio para arrodillarme, me di cuenta recién al final que estaba tan cerca del Santo Pare que casi podría tocarlo. Rezaba. Y en determinado momento rezaba casi en voz alta. Yo no sé que decía. Pero fue una “conversación” excepcional. Parecía no terminar nunca. Aquel encuentro con la “madre “daba vuelta todo el programa de la visita. Y yo de aquel viaje me lleve dentro de mí aquel coloquio. Sin haber comprendido una palabra. O quizás habiéndolas comprendido todas”
La intensidad y la profunda concentración con que se dirigía a Maria atribuían al Papa, a los ojos de quienes lo observaban, un aura casi sobrenatural. Un huésped suyo durante las vacaciones de verano en Castel Gandolfo contaba que después de recitar el rosario con él en el jardín, como de costumbre, «Juan Pablo II se ubicaba delante de la estatua de Nuestra Señora de Lourdes y me pedía que me alejara, pero yo no me alejaba tanto como para no poder verlo. Se quedaba allí por lo menos media hora más para rezar y era como si su persona se transformase también físicamente». El mismo admitía que el rosario era su oración predilecta: «Nuestro corazón puede compendiar en estas decenas del rosario todos los momentos que componen la vida de la persona, de la familia, de las naciones, de la Iglesia y de la humanidad. De esta manera la sencilla oración del rosario late al ritmo de la vida humana».
«Después de una conversación con el Papa» recuerda otro testigo, «he tenido la suerte, mejor dicho el don, de sentirme invitado por él: “Nosotros vamos a rezar el rosario porque no vienes también tu?” Lo seguí a la terraza de sus habitaciones y así comprendí el valor de aquel rosario: un momento de vigilia por su diócesis, por toda la Iglesia, por el mundo, por los que sufren. “Mira” me decía alguna vez entre un misterio y otro, indicándome los diversos edificios del Vaticano y de Roma. En un momento me dejo perplejo al decirme: “Allí, en aquel edificio, también esta su casa”. Y después posaba su mirada sobre la ciudad. Veía todo, sabía todo. “Yo conozco mejor Roma…..” decía sonriendo».
Slawomir Oder : "Perche e santo", Rizzoli, 2010, cap 3 Il mistico
(no tengo la version en español, asi que he traducido este trozo de la edicion en italiano)
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