(foto de Wikimedia)
“En Auschwitz , y en los otros lager polacos, así como en Dachau, en
Buchenwald, en Mauthausen, se había levantado una monstruosa «maquina»
de la muerte. Demasiado bien organizada, demasiado eficiente, para creer que
tras ella sólo se encontraban los jefes nazis, las SS, los verdugos, los
ejecutores materiales, y no también, en connivencia u obligado, no importa
saberlo, todo el aparato de un Estado, desde las industrias a la administración
de los ferrocarriles o a las grandes casas farmacéuticas.
Es más, resulta realmente difícil de
creer que sólo estuviera detrás la locura de la ideología racista de Hitler y sólo
Alemania, y no todo el contexto europeo que se había degradado hasta el punto
de permitir que se produjera semejante matanza.
Es difícil de creer que de alguna manera
no estuviera implicada la responsabilidad de ciertas comunidades cristianas, demasiado
pasivas cuando no indiferentes, o incluso cómplices de una persecución emprendida
desde hacía tiempo y de forma tan sistemática y total contra los judíos.
Para Polonia fue un shock colectivo. El ejército nazi la había atacado y ocupado, y había
sufrido las consecuencias de la guerra mucho más que el resto de los países implicados.
Pero con todo, ¿acaso no era preciso reconocer que su destino, con todo lo terrible
que había sido, no podía equipararse con el de los judíos? ¿Y cómo no sentirse
especialmente conmovidos al tener el conocimiento de que toda aquella barbarie
se había consumado, sobre todo, en tierra polaca?
Karol estaba desconcertado. Había vivido
solo indirectamente aquella tragedia. Pero había sido para él una experiencia tan
intensa, tan dolorosa, que desde aquel momento la llevaría siempre dentro de sí.
Era como si sintiera que él como polaco, hijo de una nación que había conocido
la perversidad del nazismo, hubiera participado de alguna manera en el martirio
del pueblo hebreo.
En los lager habían desaparecido personas de otras razas, como los gitanos
y algunas pertenecientes a ciertas étnicas eslavas. Habían desaparecido
pastores protestantes, obispos y sacerdotes católicos, polacos y alemanes, como
consecuencia de la durísima represión a la que Hitler había sometido a todas
las Iglesias. Al acabar la guerra, nada menos que un tercio del clero polaco había
sido aniquilado en los campos de exterminio”
Gian Franco Svidercoschi: Historia de
Karol, 119/20, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid
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