Ruinas de la abadía de Montecassino después de la batalla -
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“La guerra había terminado, y una costra negra e impenetrable había
caído sobre la suerte de muchas personas.
Solamente muchos años después empezaría a saberse algo. Como le sucedió a
Wojtyla acerca de sus amigos y sus compañeros de escuela.
Galuszka era el más joven de su clase en
Wadowice. Se había enrolado en los Ulanos,
el regimiento de la caballería polaca, y había sido asesinado apenas estalló el
conflicto, cerca de la frontera occidental; solo tenía dieciocho años. También Gajczak
había muerto en los primeros días de la invasión alemana, abatido con su a avión.
Czuprynski, el gran Czuprynski, el famoso donjuán del gimnasio del instituto, había
saltado por los aires por culpa de una mina en Ancona, poco despues de haber
participado en la victoriosa batalla de Montecassino.
Otros
habían vuelto de los lager, como Silkowski, o de la guerra, como Kus,
que se vio obligado a ingresar inmediatamente en un sanatorio para curarse la
tisis. Bernas también había luchado en Montecassino, pero cuando vio el cariz
que estaban tomando los acontecimientos en Polonia, ya en manos de los
comunistas, decidió quedarse en Italia, donde se casó y vivió en Éboli.
En cambio, otros habían desaparecido,
como engullidos por la nada. Caídos en diversos frentes, con el Ejército nacional
polaco, o en Tobruk; o bien habían fallecido en los campos de exterminio nazis
o en los gulag soviéticos de Siberia.
En aquel periodo, Karol, casi obligado
por las circunstancias, empezó a preguntarse el porqué se le había ahorrado
mucho de cuanto había sucedido, el porqué tantos de sus amigos habían perdido
la vida y él, en cambio, no.
Entre las respuestas que trató de darse,
pensó en un primer momento que haberse salvado se debía a la fatalidad o a la
suerte, o más simplemente a la casualidad. Pero después, se dijo, también es
verdad que «en los planes de
Dios nada es casual». De todas maneras, el gran daño de la guerra, con toda su
carga de tragedias y de sufrimientos, marcó para siempre la existencia de Karol
y la decisión que había tomado.
Veintisiete años después desde que se hubieran
visto por última vez, Karol se encontró inesperadamente en Roma con Jerzy
Kluger, uno de sus amigos judíos, y uno de los más apreciados. Kluger no había
regresado a Polonia, sobre todo después de enterase del trágico fin de sus familiares
en Auschwitz. Se había casado y tenía dos hijas. Tras haber trabajado un tiempo
en Inglaterra, se trasladó a Italia.
Tanto Karol como Jerzy creían que el
otro había muerto, y sin embargo iban a reencontrase.”
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