Cuando Cristo estaba en el mundo aludió una y otra
vez a las palabras de Isaías. Decía claramente: “Hoy se cumple esta escritura
que acabáis de oír” (Lc 4, 21).
2. La liturgia del Adviento es de carácter
histórico. La expectación de la venida del Ungido (Mesías) fue un proceso
histórico. De hecho impregnó toda la historia de Israel, que fue elegido
precisamente para preparar la venida del Salvador.
Pero en cierto modo nuestras consideraciones van
más allá de la liturgia diaria del Adviento. Volvamos pues a la pregunta
fundamental: ¿Por qué viene Dios? ¿Por qué quiere venir hasta el hombre, hasta
la humanidad? Busquemos respuestas adecuadas a estas preguntas; y busquémoslas
en los orígenes mismos, es decir, antes de que comenzara la historia del pueblo
elegido. Este año enfocamos la atención hacia los capítulos primeros del libro
del Génesis. El Adviento “histórico” no sería inteligible sin la lectura
cuidadosa y el análisis de esos capítulos.
Por tanto, buscando una respuesta a la pregunta
¿”por qué” el Adviento?, debemos volver a leer otra vez atentamente toda la
descripción de la creación del mundo y, en particular, de la creación del
hombre. Es significativo (y ya he tenido ocasión de aludir a ello) cómo cada
uno de los días de la creación terminan constatando “vio Dios ser bueno”. Y
después de la creación del hombre: “...vio ser muy bueno”. Como ya dije la
semana pasada, esta constatación se enlaza con la bendición de la creación y,
sobre todo, con la bendición explícita del hombre.
En toda esta descripción está ante nosotros un Dios
que se complace en la verdad y en el bien, según la expresión de San Pablo (cf. 1
Cor 13, 6). Allí donde está la alegría que brota del bien, allí está
el amor. Y sólo donde hay amor, existe la alegría que procede del bien. El libro
del Génesis, desde los primeros capítulos, nos revela a Dios que es amor (si
bien esta expresión la utilizará San Juan mucho más tarde). Es amor porque goza
con el bien. Por consiguiente, la creación es a la vez donación auténtica:
donde hay amor, hay don.
El libro del Génesis señala el comienzo de la
existencia del mundo y del hombre. Al interpretarla, debemos ciertamente
construir, como lo ha hecho Santo Tomás de Aquino, una consiguiente filosofía
del ser, filosofía en la que quedará expresado el orden mismo de la existencia.
Sin embargo, el libro del Génesis habla de la creación como don. Al crear el
mundo visible, Dios es el donante, y el hombre es el que recibe el don. Es
aquel para quien Dios crea el mundo visible, aquel a quien Dios introduce desde
los comienzos no sólo en el orden de la existencia, sino también en el orden de
la donación. El hecho de que el hombre es “imagen y semejanza” de Dios
significa, entre otras cosas, que es capaz de recibir el don, que es sensible a
este don y que es capaz de corresponder a él. Por esto precisamente establece
Dios desde el principio con el hombre —y sólo con él— la alianza. El libro del
Génesis nos revela no sólo el orden natural de la existencia,
sino también, a la vez y desde el principio, el orden sobrenatural
de la gracia. De la gracia podemos hablar sólo si admitimos la realidad del
don. Recordemos el catecismo: la gracia es el don sobrenatural de Dios por el
que llegamos a ser hijos de Dios y herederos del cielo.”
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