“¿Cuántas veces habrá soñado estar escalando como lo hacía en otros tiempos?
En los primeros años de su Pontificado, se hizo construir una piscina en
Castel Gandolfo y se distendía durante largas horas de natación en el tiempo de
la siesta; mientras todos sus colaboradores dormitaban, él, mediante vigorosas
brazadas, iba de un extremo al otro de la piscina, ante el estupor de la
guardia suiza que, en su mayoría no sabía siquiera mantenerse a flote.
Imaginaos a su vez la sorpresa de los jardineros, que, entre poda y poda, se
asomaban a mirar al Papa nadador. Pero este hobby duró poco tiempo, porque la noticia
trascendió y algunos fotógrafos se
asentaron cerca de la villa semanas enteras. Luego, mediante trucos diabólicos de
espejos y teleobjetivos , fotografiaron al Papa que salía de la piscina
chorreando agua y se secaba con una toalla, sin que nadie de la vigilancia
vaticana se percatara de los intrusos. Las fotos circularon por las agencias
mundiales. Pero el Pontífice – cuando se enteró – aparentemente ni siquiera se molestó.
Hubo quien hasta llegó a especular que le resultó graciosa la astucia de los fotógrafos
y el fastidio que el hecho había suscitado en la Curia vaticana. Sin embargo,
aquellas fotos jamás fueron publicadas porque alguien las compró y atentamente
las donó a la Santa Sede. Pero conociendo bien a Karol Wojtyla, estoy seguro
que no se habría preocupado, porque siempre conservó un poco de aquel espíritu travieso
de joven universitario polaco, que se divertía haciéndoles bromas a sus amigos.
Apenas elegido Papa, sorprendió a lso cardenales mayores de la Curia y al
zapatero del Vaticano, pues cuando le llevaron los zapatos rojos para
calzárselos, los tomo delicadamente, los puso a un lado y enseguida ordenó un
buen par de mocasines marrones, ni siquiera negros, para usar de inmediato en
su segunda aparición pública.
Y a partir de aquel día, siempre con esos mocasines habituales color cuero anduvo
por el mundo y se los llevó consigo a la tumba. El fútbol, en cambio, lo tuvo
siempre metido en el corazón. En 1984, durante el Jubileo del Deporte en Roma, pidió
ir a sentarse a la tribuna del estadio, haciendo estremecer una vez más a los conservadores
de la Curia que se lamentaban diciendo: “Ahora sólo nos faltaba el Papa en el estadio”.
Pero él, incurable, se divertía muchísimo y según contaba su secretario
personal Monseñor Dziwisz, jamás se perdió una final del mundial de fútbol mientras
estuvo bien.
No sólo, sino que quería fortalecer
el equipo de fútbol que aún hoy lleva los colores del vaticano y està formado
por miembros que trabajan tras los muros leoninos y participan en campeonatos
locales. Recuerdo claramente que dijo una vez en un discurso: “Las disciplinas
deportivas practicadas por gente de diversas razas y diversos estratos sociales
llegan a ser un excelente medio para promover el conocimiento y la solidaridad,
tan necesarios en un mundo destruido por conflictos étnicos, religiosos y
raciales”.
Y después agregó: “El deporte es una medicina fabulosa que incluso logra
transformar los impulsos negativos de los hombres en buenos propósitos”. Repetía
a menudo durante el curso de su Pontificado que también el deporte había templado
la fuerza de su carácter.
En efecto, ¿Quién mejor que él y su ejemplo puede enseñar a los demás como
competir, como aceptar los grandes desafíos de la vida? Cualquier encuentro
suyo con deportistas de cualquier tipo siempre produjo un impacto recíproco
extraordinario: para los atletas era una inyección de entusiasmo y corrección,
para él n reforzar recuerdos de su juventud, que se volvían cada vez más
preciosos a medida que avanzaba su inexorable enfermedad.
Le gustaba repetir con frecuencia aquello que el apóstol Pablo solía
decirles a los Corintios: “No sabéis que en la pista del estadio todos corren,
pero solo uno conquista el precio? Corred también vosotros, de modo que lo podáis
alcanzar”.
La última carrera de Karol Wojtyla duró cinco años, y comenzó cuando sintió que
no podía caminar más con aquellas piernas que lo habían llevado a anunciar el
Evangelio por los cinco continentes. Apoyado en su bastón, hecho con madera de
su tierra polaca, con el deber de sostenerlo más moral que físicamente, y que se
transformó en su preciosa compañía por al menos dos años.
Después, aquel soporte ya no sería suficiente, pues el anciano Karol había contraído
un cuerpo a cuerpo con la enfermedad que lo debilitaría día tras día, limitándolo
a un sillón hasta llevarlo a enfrentar el último match con la muerte. ¡Cuánta
tristeza, para quien lo había visto escalar montañas, nadar los ríos, trepar
las cumbres nevadas de sus montes! Pero él había comprendido que la mejor
medicina era el encuentro con los jóvenes. Con ellos recobraba la vitalidad de sus
años mozos, imaginándose coetáneo con ellos, y así cantaba, batía palmas al
ritmo de la música, ondeaba los brazos como afectuoso péndulo entre una
juventud exultante y una vejez camino al ocaso…
Amado Karol, de ti han dicho tantas cosas, a propósito y despropósito, como
ocurre cuando la humanidad vana logra dominar la discreción de la verdad.
Yo que he sido gran admirador y devoto amigo quiero imaginarlo, en el
momento más solemne de su vida, otra vez niño en los prados de Wadowice que al
silbato de clausura del partido con la Vida, se retira del campo silenciosamente
y sobre el muro de la Eternidad cuelga sus botines en el gancho de la Historia….”
Franco Bucarelli – periodista RAI – vaticanista
(publicado en Totus Tuus Nr 7-8 julio/agosto 2007)
Invito ver el precioso video John Paul II talks to sport (en parte no
hablado, partes en italiano e inglés)
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