Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 5 de julio de 2014

Las cruces de los universitarios en Polonia 1979 y el «misterio Wojtyla»

Gian Franco Svidercoschi, amigo y admirador del Papa polaco lo recuerda así, en su libro Un Papa que no muere, la herencia de Juan Pablo II, publicado en versión española por Ediciones San Pablo(2011)

“Principios de junio de 1979. El primer regreso de Juan Pablo II a su patria. Un papa, es más, un papa polaco, entraba por primera vez en el corazón del imperio soviético. La Misa, justo después de su llegada, en la plaza de la Victoria, donde tenían lugar las grandiosas manifestaciones del régimen. Y una homilía llena de «palabras» que esa gente no oía públicamente desde hacía años. «Sin Cristo no es posible entender la historia de Polonia». Los aplausos duraron más de diez minutos, una eternidad. Y también los dirigentes comunistas los habían oído en la televisión, incrédulos, atónitos.
El día después, por la mañana temprano, tuvo lugar el encuentro con los universitarios. A esa hora Varsovia era de una belleza impresionante, fantástica. Por una parte, la iglesia de Santa Ana, una de las más activas en el apoyo a las familias de los perseguidos; y por otra parte, el sol que estaba saliendo sobre el Vístula. Todos tenían un nudo en la garganta: el Papa y los jóvenes. Y al final, como si hubiera estado preparado, aunque en absoluto fue así, los jóvenes todos juntos levantaron hacia el Papa las pequeñas cruces de madera que llevaban en la mano.
Desde entonces esa imagen se me quedó grabada en la memora, en el corazón. Cuando unos meses después tuve ocasión de hablar con Juan Pablo II y él me preguntó qué era lo que más me había impresionado de ese viaje, respondí enseguida: «¿El encuentro con los universitarios!». Me miró sorprendido: «Y no la Misa en la plaza de la Victoria? ¿El discurso de Gniezno? ¿Czestochowa? ¿Y la visita a Oswiecim, al campo de Auschwitz, o al menos a Cracovia?» Y yo cada vez respondía: «No!, los universitarios». «Pero porqué?» «Yo estaba en medio de los jóvenes, vi cómo lloraban. Vi con qué ímpetu, un ímpetu que venía de dentro, levantaron sus pequeñas cruces hacia usted». El Papa sonrió. Quizás no estaba de acuerdo, pero había entendido mi punto de vista.


Realmente del encuentro con los universitarios me quedé con la que podían ser, por así decir, sus implicaciones políticas. Ese día intuí como las nuevas generaciones polacas estaban ya completamente vacunadas del comunismo, de sus seducciones propagandísticas, y consecuentemente, que era previsible que en Polonia en algún momento ocurriría algo.
Me había quedado en la superficie. No había comprendido que la respuesta de esos jóvenes no sólo iba dirigida a un Papa hijo de su misma tierra que, volviendo allí para encontrarse con ellos, para animarlos, los habría sostenido así en sus batallas futuras por la libertad, por la democracia. Por el contrario, esa respuesta era ante todo de agradecimiento a quien, probablemente por primera vez en su vida, les había hablado d Dios, más aun, les había revelado el rostro de Dios Padre.  Un Dios misericordioso, compasivo, humilde, un Dios que está siempre dispuesto a abrir los brazos del perdón, un Dios que es portador de esperanza, de alegría. Y de la verdadera libertad.

Entonces en ese mar de las cruces de los universitarios en Varsovia, había signos de un «misterio» que descubriría veintisiete años después, en el momento de la muerte de Juan Pablo II. Porque creo que en esa increíble multitud que había llegado a la plaza de San Pedro se podía finalmente captar el significado real, profundo, del «misterio Wojtyla»: un Papa que, por su fe, por cómo había llevado a cabo su misión, por sus dotes humanas, por su carisma, fue intérprete e instrumento de la paternidad divina, y supo así mostrar al hombre de hoy el rostro de Dios, el rostro humano de Dios.”

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