“Este
Adviento, en el que el hombre se inserta, impulsado por la gracia, imitando las
actitudes interiores de todos los que esperaron, buscaron, creyeron y amaron a
Jesús, está vivificado por la constante meditación y asimilación
de la Palabra de Dios, que para el cristiano sigue siendo el primero y
fundamental punto de referencia para su vida espiritual; está fecundado y
animado por la plegaria
de adoración y alabanza a Dios, de la cual son modelos
incomparables los cánticos del "Benedictus" de Zacarías, el
"Nunc dimittis" de Simeón, pero especialmente el
"Magnificat" de María Santísima. Este Adviento interior se refuerza
con la práctica constante de los sacramentos, en particular el de
la reconciliación y el de la Eucaristía, que, purificándonos y enriqueciéndonos
con la gracia de Cristo, nos hacen "hombres nuevos", en sintonía con
la invitación urgente de Jesús: "Convertíos" (cf. Mt 3, 2;
4, 17; Lc 5,
32; Mc 1,
15).
En esta
perspectiva, para nosotros, cristianos, cada día puede y debe ser Adviento,
puede y debe ser Navidad. Porque, cuanto más purifiquemos nuestras almas,
cuanto más espacio demos al amor de Dios en nuestro corazón, tanto más podrá venir
y nacer en
nosotros Cristo. "Isabel —escribe San Ambrosio— es colmada después de
haber concebido, María, antes... Se alegra de que María no haya dudado, sino
creído, y por esto, había conseguido el fruto de su fe. "Feliz", le
dice "tú que has creído". Pero felices también vosotros, los que
habéis oído y creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de
Dios y reconoce sus obras. Que en todos resida el alma de María para glorificar
al Señor; que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios" (Expos.
Evang. sec. Lucam II,
23. 26: CCL 14,
págs. 41, 42).”
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