(El Greco: La curación del ciego - Wikipedia)
“La
entrada de la eternidad en el tiempo a través del misterio de la Encarnación
hace que toda la vida de Cristo en la tierra sea un período excepcional. El
arco de esta vida constituye un tiempo único, tiempo de la plenitud de la
Revelación, en la que el Dios eterno nos habla en su Verbo encarnado a través
del velo de su existencia humana.
Se trata del
tiempo que permanecerá para siempre como punto de referencia normativo: el
tiempo del Evangelio. Todos los cristianos lo reconocen como el tiempo en
el que comienza su fe.
Es el tiempo de
una vida humana que ha cambiado todas las vidas humanas. La vida de Cristo fue
más bien breve; pero su intensidad y su valor son incomparables. Nos
encontramos ante la mayor riqueza para la historia de la humanidad. Riqueza
inagotable, porque es la riqueza de la eternidad y de la divinidad.
Particularmente
afortunados fueron quienes, viviendo en el tiempo de Jesús, tuvieron la alegría
de estar a su lado, verlo y escucharlo. Jesús mismo los llama bienaventurados:
«¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y
reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que
vosotros oís, pero no lo oyeron» (Lc 10, 23-24).
La fórmula «os
digo» permite comprender que la afirmación va más allá de una simple
constatación del hecho histórico. Jesús pronuncia una palabra de revelación,
que ilumina el sentido profundo de la historia. En el pasado que lo precede
Jesús no ve sólo los acontecimientos externos que preparan su venida; contempla
las aspiraciones profundas de los corazones, que subyacen en esos
acontecimientos y anticipan su éxito final.
Gran parte de
los contemporáneos de Jesús no se dan cuenta de su privilegio. Ven y oyen al
Mesías sin reconocerlo como el Salvador esperado. Se dirigen a él sin saber que
están hablando con el Ungido de Dios que anunciaron los profetas.
Jesús, al
decirles «lo que vosotros veis», «lo que vosotros oís», los invita a captar el
misterio, yendo más allá del velo de los sentidos. En esta penetración, ayuda sobre
todo a sus discípulos: «A vosotros se os ha confiado el misterio del reino de
Dios» (Mc 4,
11).
En este camino
de los discípulos hacia el descubrimiento del misterio se enraiza nuestra fe,
fundada precisamente en su testimonio. Nosotros no tenemos el privilegio de ver
y oír a Jesús como era posible en los días de su vida terrena; pero, con la fe,
recibimos la gracia inconmensurable de entrar en el misterio de Cristo y de su
Reino.”
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