“¿Qué poder se da sobre los hombros de este Niño que nace en la
soledad y el vacío de la noche de Belén?
En efecto, dice el Profeta: "Lleva al hombro el
principado" (Is 9, 6).
Y añade a continuación: "Para dilatar el principado con una paz sin límites... desde ahora
y por siempre..." (Is 9, 6).
Nada parece confirmar esta soberanía y dominio en el vacío y
soledad de la noche de Belén.
Antes bien, todo habla de pobreza, de "desheredación"....
La primera noche terrena del Hijo del Hombre contiene ya en sí
como un lejano presagio
de la última noche, cuando
"se humilló haciéndose obediente hasta la muerte..." (Flp 2, 8).
Esta primera noche sin techo del Hijo que se nos ha dado, está libre de cualquier signo de poderío y fuerza humana.
Todo lo contrario...
Y, sin embargo, esta noche de Belén, que recordamos cada año con
la mayor emoción posible, suscita esperanza
y es portadora de alegría: una
alegría que el mundo no puede dar a pesar de todos y sus bien conocidos medios
de poderío y fuerza terrena.
De esta alegría está llena la liturgia de la Iglesia, que
"canta al Señor un cántico nuevo" (Sal 95 [96], 1), e invita "toda la
tierra" a este canto.
"Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto
lo llena; vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, aclamen los árboles del
bosque" (Sal 95 [96],
11-12).
El reino de Dios sobre la tierra comienza en el transcurso de la
noche de esta vigilia, no con los signos del poderío y la fuerza humana, sino
con la alegría de las almas y los corazones, que llena a todos los que le han acogido.”
¡Gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres de
buena voluntad! Así sea.
(Juan Pablo II)
(Juan Pablo II)
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