“Escribe el Apóstol Pablo: "Ha aparecido la gracia de Dios,
que trae la salvación para todos los hombres" (Tit 2, 11).
¿Qué es la gracia? Es precisamente el amor que dona.
En el vacío y en la soledad de esa noche de Belén, el amor
"que dona" el Padre, viene al mundo en el Hijo, nacido de la Virgen:
un Hijo se nos ha dado.
Ya desde el primer instante de su venida: "nos enseña —como
escribe el Apóstol— a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos,
y a llevar ya desde
ahora una vida sobria, honrada
y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa..." (Tit 2, 12-13).
Esto nos enseña el Niño que ha nacido, el Hijo que se nos ha dado.
Sin embargo, en este momento, ninguno parece escuchar su voz. Da
la impresión que nadie siente su nacimiento. Nadie, excepto María y José.
¿Nadie? Y, con todo, hay ya algunos que han sido los primeros en
conocerlo. Han sido los primeros en acoger la buena noticia. Y han venido los
primeros.
Son los pastores. El Ángel les había
dicho: "Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre" (Lc 2, 12).
Se encaminaron a la dirección indicada.
Son los primeros entre los habitantes de la tierra que se unieron
"al ejército celestial", proclamando la llegada del Hijo Eterno y el
comienzo del reino de Dios en el corazón de los hombres.”
Juan Pablo II
Juan Pablo II
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