“Karol
Wojtyla, como ustedes saben, perdió todos los miembros de su familia. Nacido en
Wadowice, después vivió y estudió en Cracovia. Durante sus estudios empezó la
Segunda Guerra Mundial, con la invasión brutal de los alemanes a Polonia. Los
nazis de inmediato organizaron unos campos de concentración, en un programa de
exterminio de naciones como la polaca, la judía, la gitana. Cerca, muy cerca, más o menos como
a 50 kilómetros de Wadowice y a 60 kilómetros de Cracovia, ubicaron los campos
de concentración conocidos aquí como Auschwitz-Birkenau –en polaco,
Oświęcim-Brzezinka–, en donde centenas, miles, millones de personas perdieron
la vida; no perdieron, los mataron. El joven Karol Wojtyla fue testigo de estos
acontecimientos, de esta horrible guerra, de esta matanza, no solamente en los
campos de concentración, sino también, en razón de algún capricho alemán; por
ejemplo, algunos polacos fueron obligados a fijar un escudo encima de su ropa.
Si un polaco, al decir “buenos días”, no lo hacía bien delante de un alemán, de
un nazi, podían matarlo sin ninguna excusa, y de hecho mataron mucha gente. En
este ambiente, Karol Wojtyla tenía que vivir, y vivía, observando esta vida
cotidiana, estos acontecimientos, que se conservaron en su mente.
Después de la
liberación, después de la Segunda Guerra Mundial, la gente fue muy entusiasta
con Polonia, pensando que por fin había llegado la libertad. Como en el siglo
xix, cuando Polonia no existía –porque desde 1795 hasta 1918 Polonia fue
ocupada por Rusia, Alemania y el Imperio Austro Húngaro–, todos los ocupantes
tenían un objetivo: eliminar la nación polaca, eliminar la cultura polaca,
eliminar el idioma polaco. Los únicos sitios en donde se podría practicar y
usar el idioma polaco, cantar en polaco, enseñar la cultura polaca, y donde se
conservó la cultura polaca, fueron las iglesias. Los ocupantes no tenían coraje
de entrar a las iglesias. Lo mismo ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial:
los alemanes destruyeron las iglesias, bombardearon las iglesias, pero nunca se
atrevieron a entrar en ellas, en donde los polacos muchas veces se defendieron.
La Iglesia fue
una red en la que se salvaron muchos polacos, mucha gente, muchos judíos, en
especial los niños judíos, que fueron guardados por los sacerdotes, que también
pagaron muchas veces con su vida, que fueron condenados a la muerte. Llegó
entonces la liberación, la libertad, después de la Segunda Guerra Mundial.
Pensamos que desde ahora podríamos vivir de una forma democrática y abierta.
No. Como ustedes saben, Polonia entonces pasó a pertenecer al sistema
socialista y a depender de Moscú. Los comunistas propusieron un régimen que iba
dirigido sobre todo contra la Iglesia, y ocurrió lo mismo que durante el siglo
xix, durante la Segunda Guerra Mundial: la gente se salvó en las iglesias,
sitios donde los miembros de Solidaridad, por ejemplo, podían enseñar sus
obras, hablar de forma libre, divulgar sus ideas de libertad, y fueron las
iglesias, fueron los sacerdotes los que lo hicieron posible. Durante la
ocupación, la gente que trabajaba en instituciones oficiales, en el gobierno,
por ejemplo, para bautizar a sus hijos tenían que ir por la noche a las
iglesias, y así profesar su religión de este modo un poco clandestino. Mis
hijos, por ejemplo, fueron bautizados durante la noche en un pueblo cerca de
Varsovia. Fui a donde el sacerdote con mi hijo para bautizarlo y él me dijo:
“hijo no te preocupes, para mí la Segunda Guerra Mundial no ha terminado,
durante la guerra trabajamos por la noche y ahora también lo hacemos, tráigalo
a la una de la madrugada”. Ésta fue la época que vivió Juan Pablo II. Él, como
yo recuerdo, en esta época fue más valiente, tenía más coraje. Yo recuerdo
cuando él luchó para construir nuevas iglesias, junto a Katowice, y en otros
sitios; claro que los comunistas tenían miedo de hacer algo, por eso lo
respetaron. En esta época, la vida de Karol Wojtyla fue bien controlada. No se
podía leer libremente, por ejemplo, las obras que él presentó en la
universidad, no se publicó ninguna comunicación sobre su vida, sobre el
desarrollo de su trabajo, etc.
Fue
todo un acontecimiento cuando un grupo de obispos escribió una carta a los
obispos de Alemania pidiendo perdón a propósito de la Segunda Guerra Mundial.
En esta época, recuerdo que un duro político lanzó un comunicado condenándolo
moralmente: ¿cómo es que un polaco perdona a los alemanes? Fue algo curioso.
Pero ésta fue la consecuencia de su filosofía profunda. Él sabía que no se
puede vivir guardando odio, por ejemplo, por los acontecimientos de la Segunda
Guerra Mundial; que hay que buscar el diálogo, que hay que buscar las cosas que
unen. Por eso empezó conectándose con la Iglesia alemana, para que esta idea de
destrucción pasara. Y así, él también obtuvo mucha experiencia de cómo luchar
contra los regímenes antihumanitarios, y así lo hizo después, cuando llegó el
momento y lo eligieron Papa.
Primero el poder
comunista se mantuvo en silencio, tres días sin comunicados, pero la gente pasó
de inmediato esta información a Polonia. Yo me sorprendí, porque, sin ninguna
información, fui al trabajo y escuchaba tocar todas las campanas de las iglesias,
durante unas cinco horas. Pensé que alguien había muerto. Por la noche,
escuchando la emisora Europa Libre, emitida en polaco desde Múnich, desde
Alemania, comunicaron que Karol Wojtyla había sido elegido como el Papa. Eso
fue una alegría para todos. Pero nadie sabía del cardenal, poco conocido en
Polonia. Porque en Polonia, como he dicho, toda la información sobre Karol
Wojtyla fue clandestina. Oficialmente no se hablaba de él. La gente estaba un
poco preocupada: ¿cómo podría dirigir la Iglesia Universal un joven cardenal de una provincia como
Cracovia? Y cuando él empezó su trabajo, fue una sorpresa…”
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