Francisco:
Aljustrel (Portugal), 11-junio-1908
+ Aljustrel, 4-abril-1919
Jacinta:
Aljustrel, 11-marzo-1910
+ Lisboa, 20-febrero-1920
B.
13-mayo-2000
El
13 de mayo de 1917 ha pasado a la historia de la Iglesia y de la humanidad como
el día en que tres niños portugueses de Aljustrel-Fátima, pueblo hasta entonces
desconocido, vieron a la Virgen María sobre una encina, mientras cuidaban de un
pequeño rebaño familiar: Lucía dos Santos, de diez años, y sus primos hermanos
Francisco, de nueve años, y Jacinta, de siete.
El
13 de mayo de 2000, Juan Pablo II beatificaba en el mismo lugar de las
apariciones a dos de aquellos niños, muertos prematuramente —los hermanos
Francisco y Jacinta Marto—, en presencia de su prima, sor Lucía dos Santos,
única superviviente de los tres pastorcillos. Francisco y Jacinta Marto son los
beatos más jóvenes del calendario cristiano, si exceptuamos a unos pocos niños
mártires.
DOS NIÑOS MUY NORMALES
Sencillos,
traviesos, alegres, juguetones, criados en dos familias en un ambiente
cristiano de máxima sencillez. Aún pueden verse las casas de ambas familias en
Aljustrel, un caserío cercano al pueblo de Fátima. La vida de las familias Marto
y Dos Santos era la vida de los campesinos pobres, cuyo patrimonio se limitaba
a unos trozos de tierra donde se cultivaban las hortalizas y frutas para su
propio alimento, y unas cuantas ovejas, que los niños sacaban a pastar por los
cabezos y valles cercanos.
Los
padres de Francisco y Jacinta fueron Manuel Pedro Marto y María Rosa, hermana
de Antonio dos Santos, el padre de Lucía.
Francisco
había nacido el 11 de junio de 1908. Su hermana Jacinta, el 11 de marzo de
1910. Ambos fueron bautizados en la iglesia parroquial de Fátima. Eran muy
diferentes de temperamento: más tranquilo y condescendiente Francisco, y más
caprichosa la pequeña Jacinta.
Para
acercarnos a la realidad de los dos hermanos y de los acontecimientos de sus
cortos años de vida en la tierra, contamos con el testimonio de la mejor
testigo: su prima Lucía, que escribió sus Memorias entre 1935 y 1941, a
petición del obispo de Leiría-Fátima, monseñor José Alves Correira da Silva.
Así recuerda la hermana Lucía a Francisco:
La amistad que me unía a Francisco era sólo debido
al parentesco y la que traía consigo las gracias que el cielo se dignó
concedernos.
Francisco no parecía hermano de Jacinta, sino en la
fisonomía del rostro y en la práctica de la virtud. No era tan caprichoso y
vivo como ella. Al contrario, era de un natural pacífico y condescendiente.
Cuando, en nuestros juegos, alguno se empeñaba en
negarle sus derechos de ganador, cedía sin resistencia, limitándose a decir
sólo:
—¿Piensas que has ganado tú? Está bien. Eso no me
importa.
No manifestaba, como Jacinta, la pasión por la
danza; gustaba más de tocar la flauta, mientras otros danzaban.
En los juegos, era muy animado, pero a pocos les
gustaba jugar con él; porque perdía casi siempre. Yo misma confieso que
simpatizaba poco con él, porque su natural tranquilidad excitaba a veces los
nervios de mi excesiva viveza. A veces, tomándole por el brazo le obligaba a
sentarse en el suelo, o en alguna piedra, pidiéndole se estuviera quieto; y él
me obedecía como si yo tuviese una gran autoridad. Después sentía pena e iba a
buscarlo asiéndole por la mano, y regresaba con el mismo buen humor como si
nada hubiera acontecido. Si alguno de los otros niños porfiaba en quitarle
alguna cosa que le era propia, decía:
¡Deja ya!, ¿a mí qué me importa?
Lo que más le entretenía, cuando andábamos por los
montes, era sentarse en el peñasco más elevado y tocar su flauta o cantar. Si
su hermana bajaba conmigo para echar algunas carreras, él se quedaba
entretenido allí con su música y sus cantos.
En nuestros juegos, tomaba parte, siempre que le
invitábamos, pero a veces manifestaba poco entusiasmo, diciendo:
Voy; pero sé que perderé.
Los juegos
que sabíamos y en los cuales nos entreteníamos eran: el de las chinas, el de
las prendas, pasar el aro, el del botón, el de la cuerda, la malla, la brisca,
descubrir los reyes, los condes y las sotas, etc. Teníamos dos barajas: una mía
y otra de ellos. El juego que más gustaba a Francisco era el de las cartas: la
brisca (L.
Dos Santos: Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, 24 ed.,
Fátima, 1985, págs. 118, 120)
En
cuanto a Jacinta, éstas son las palabras de Lucía, en su Primera Memoria:
La menor
contrariedad, que siempre hay entre niños cuando juegan, era suficiente para
que enmudeciese y se amohinara, como nosotros decíamos. Para hacerle volver a
ocupar su puesto en el juego, no bastaban las más dulces caricias que en tales
ocasiones los niños saben hacer. Era preciso dejarle escoger el juego y la
pareja con la que quería jugar. Sin embargo, ya tenía muy buen corazón y el
buen Dios le había dotado de un carácter dulce y tierno, que la hacía, al mismo
tiempo, amable y atractiva. No sé por qué, tanto Jacinta como su hermano
Francisco, sentían por mí una predilección especial y me buscaban casi siempre
para jugar. No les gustaba la compañía de otros niños, y me pedían que fuese
con ellos junto a un pozo que tenían mis padres en el huerto. Una vez allí,
Jacinta escogía los juegos con los que íbamos a entretenernos. Los juegos
preferidos eran, casi siempre, jugar a las chinas o a los botones, sentados a
la sombra de un olivo y de dos ciruelos, detrás de las losas. Debido a este
juego, me vi muchas veces en grandes apuros, porque, cuando nos llamaban para
comer, me encontraba sin botones en el vestido; pues casi siempre ella me los
había ganado y esto era suficiente para que mi madre me regañase. Era preciso
coserlos de prisa; pero ¿cómo conseguir que ella me los devolviera, si además
de enfadarse, tenía también el defecto de ser agarrada? Quería guardarlos para
el juego siguiente y así no tener que arrancar los suyos. Sólo amenazándola de
que no volvería a jugar más, era como los conseguía. Algunas veces no podía
atender los deseos de mi amiguita (Obra citada , pág. 20 s)
José A. Martinez Puche, O.P. – Invito leer articulocompleto
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