(Imagen
Wikimedia)
(…) ¿Qué significa, además, el Adviento?
El Adviento es el descubrimiento de una gran aspiración de los hombres y de los
pueblos hacia la casa del Señor. No hacia la muerte y la destrucción, sino
hacia el encuentro con El.
Y por
esto en la liturgia de hoy oímos esta invitación: "Qué alegría cuando me
dijeron: vamos a la casa del Señor"
Y el
mismo Salmo responsorial nos traza, por decirlo así, la imagen de esa casa, de
esa ciudad, de ese encuentro: "Ya están pisando nuestros pies tus
umbrales, Jerusalén. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la
costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están los
tribunales de justicia en el palacio de David. Por mis hermanos y compañeros
voy a decir: 'La paz contigo'. Por la casa del Señor nuestro Dios, te deseo
todo bien" (Sal 121 [122]).
Sí.
El Señor es el Dios de la paz, es el Dios de la Alianza con el hombre. Cuando
en la noche de Belén los pobres pastores se pondrán en camino hacia el establo
donde se realizará la primera venida del Hijo del Hombre, los conducirá el
canto de los ángeles: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a
los hombres de buena voluntad" (Lc 2, 14).
Esta
visión de la paz divina pertenece a toda la espera mesiánica en la Antigua
Alianza. Oímos hoy las palabras de Isaías: "Será el árbitro de las
naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados; de las
lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán
para la guerra. Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor" (Is 2,
4-5).
El
Adviento trae consigo la invitación a la paz de Dios para todos los hombres. Es
necesario que nosotros construyamos esta paz y la reconstruyamos continuamente
en nosotros mismos y con los otros: en las familias, en las relaciones con los
cercanos, en los ambientes de trabajo, en la vida de toda la sociedad.
Trabajad
con espíritu de solidaridad fraterna a fin de que vuestra parroquia crezca cada
vez más como comunidad de fieles, de familias, de grupos —me refiero
particularmente a todos vuestros grupos organizados— en comunión de verdad y de
amor. La comunidad parroquial, en efecto, se edifica sobre la Palabra de Dios,
transmitida y garantizada por los Pastores, se alimenta por la gracia de los
sacramentos, se sostiene por la oración, se une por el vínculo de la caridad
fraterna. Que cada uno de sus miembros se sienta vivo, activo, partícipe,
corresponsable, implicado en tareas efectivas de evangelización cristiana y de
promoción humana. De este modo, vuestra parroquia se convierte en signo e
instrumento de la presencia de Cristo en el barrio, irradiación de su amor y de
su paz.
Para
servir a esta paz de múltiples dimensiones, es necesario escuchar también estas
palabras del Profeta: "Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del
Dios de Jacob. El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas,
porque de Sión saldrá la ley. de Jerusalén la palabra del Señor" (Is 2,
3).
También
para vuestra comunidad eclesial el Adviento es el tiempo en el que se deben
aprender de nuevo la ley del Señor y sus palabras. Es el tiempo de una
catequesis intensificada. La ley y la palabra del Señor deben penetrar de nuevo
en el corazón, deben encontrar de nuevo su confirmación en la vida social.
Sirven al bien del hombre.
(…)
Nos encontramos, pues, de nuevo al comienzo
del camino. Ha comenzado de nuevo el Adviento: el tiempo de la gracia, el
tiempo de la espera, el tiempo de la venida del Señor, que perdura siempre. Y
la vida del hombre se desarrolla en el amor del Señor, a pesar de todas las
dolorosas experiencias de la destrucción y de la muerte, hacia la realización
final en Dios.
¡El
Hijo del Hombre vendrá! Escuchemos estas palabras con la esperanza, no con el
miedo, aunque estén llenas de una profunda seriedad.
Velad...
y estad preparados, porque no sabéis en qué día vendrá el Hijo del Hombre.
(Ven, Señor Jesús! ¡Marana tha!
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