(Imagen de Wikimedia : By Jakub Hałun)
En su libro
Levantaos,
Vamos Juan Pablo II recuerda:
“Una etapa fundamental de mi preparación para la
consagración episcopal fueron los ejercicios espirituales. Los hice en Tyniec. Iba con
frecuencia a la histórica abadía. Esta vez fue una estancia particularmente importante para
mí. Tenía que ser obispo, estaba ya nombrado. Pero aún quedaba bastante tiempo para la
ordenación, más de dos meses.
Recuerdo que, durante los ejercicios espirituales antes de
la ordenación episcopal, daba gracias a Dios de modo particular porque el Evangelio y
la Eucaristía habían llegado al Vístula, porque habían llegado a Tyniec. La
abadía de Tyniec, cerca de Cracovia, cuyos orígenes se remontan al siglo x, era
realmente el lugar apropiado para prepararme a recibir la ordenación en la catedral del
Wawel. Durante mi visita a Cracovia en el año 2002, antes de emprender el vuelo
a Roma, conseguí hacer una pausa en Tyniec, aunque muy breve. Fue como saldar una deuda
personal de gratitud. Debo tanto a Tyniec... Probablemente no solo yo, sino
toda Polonia.
El 28 de septiembre se estaba acercando lentamente. Antes de
ser ordenado intervine oficialmente en Lubaczów como obispo preconizado, con
ocasión de las bodas de plata del episcopado del arzobispo Baziak. Era el día
de la Virgen Dolorosa, fiesta que en Lvov se celebraba el 22 de septiembre.
Estaba allí con dosobispos de Przemygl, monseñor Franciszek Barda y monseñor
Wojciech Tomaka, ambos muy mayores, y entre ellos yo, un joven de treinta y
ocho años. Sentía ciertoapuro. Allí comenzaron mis primeras pruebas de
episcopado. Una semana después fue la consagración en el Wawel.”
Pasé mucho tiempo en la abadía benedictina de Tyniec. Allí
hacía mis ejercicios espirituales. Conocía bien al padre Piotr Rostworowski,
con quien me confesé muchas veces. Conocía también al padre Augustyn Jankowski,
biblista, que era colega mío en la enseñanza. Me envía constantemente sus
nuevos libros. Iba también a Tyniec.
Los ejercicios espirituales a la Curia durante el
pontificado de Pablo VI. Nunca olvidaré aquellos ejercicios espirituales,
verdaderamente especiales. La práctica de los ejercicios se ha demostrado un
gran don de Dios para cualquiera que los haga. Es un tiempo en el que se dejan todas las otras cosas para
encontrarse con Dios y disponerse a escucharle solo a Él. Esto es sin duda
alguna una ventajosa oportunidad para el ejercitante. Por eso no se le debe
presionar, sino más bien despertar en él la necesidad interior de hacer una
experiencia de este tipo. Sí, en ocasiones se le puede decir a alguien: Vete donde los Camahldulenses
o a Tyniec para encontrarte a ti mismo; pero, en principio, es una decisión que
ha de nacer sobre todo de una necesidad interior. La Iglesia, como
institución, recomienda de modo especial a los sacerdotes que hagan los
ejercicios espirituales; pero la norma canónica es solo un elemento que se añade al impulso que
proviene del corazón.
Ya he recordado que yo mismo hacía los ejercicios
espirituales la mayoría de las veces en la abadía benedictina de Tyniec; también fui a los
Camaldulenses, a Bielany, al seminario de Cracovia y a Zakopane. “
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