“Benedictus, qui venit in nomine Domini...
Bendito el
que viene en nombre del Señor”
“Los
ritos del domingo de Ramos reflejan el júbilo del pueblo que espera al Mesías,
pero, al mismo tiempo, se caracterizan como liturgia "de pasión" en
sentido pleno. En efecto, nos abren la perspectiva del drama ya inminente, que
acabamos de revivir en la narración del evangelista san Marcos. También las
otras lecturas nos introducen en el misterio de la pasión y muerte del Señor.
Las palabras del profeta Isaías, a quien algunos consideran casi como un
evangelista de la antigua Alianza, nos presentan la imagen de un condenado
flagelado y abofeteado (cf. Is 50, 6). El estribillo del Salmo responsorial:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", nos permite
contemplar la agonía de Jesús en la cruz (cf. Mc 15, 34).
Sin embargo, el apóstol san Pablo, en la segunda lectura, nos introduce en el
análisis más profundo del misterio pascual: Jesús, "a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 6-8). En la austera liturgia del
Viernes santo volveremos a escuchar estas palabras, que prosiguen así:
"Por eso Dios lo exaltó sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre
todo nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo,
en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!,
para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 9-11).
La humillación y la exaltación: esta es la clave para comprender el misterio
pascual; ésta es la clave para penetrar en la admirable economía de Dios, que
se realiza en los acontecimientos de la Pascua”
Aquí en la Argentina no olvidaremos nunca las inolvidables Jornadas de 1987 cuando el Santo Padre Juan Pablo II el Domingo 12 de abril clausuraba la JMJ con la celebración de la Misa del Domingo de Ramos en la avenida 9 de Julio, ante el altar de la auténtica imagen de la Virgen de Lujan, que el dia anterior los jóvenes habian traído en procesión. Era, además, la primera vez en la historia moderna del papado, que el Santo Padre no celebraba la fiesta de Ramos en Roma.
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