Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 7 de julio de 2023

Juan Pablo II – Polonia, Solidarnosc (Solidaridad) y el fin del comunismo - Stanislaw Dziwisz (2 de 2)

 


La tarde del 21 de junio Juan Pablo II llegó a Cracovia, donde le esperaba, en vez del papamóvil, un coche cerrado, pero él lo rechazó, prefirió  subir a un autobús, en el que cruzó las calles de la ciudad. Una vez en el episcopado, y ya sentado a la mesa, tuvo que interrumpir la cena para asomarse a la ventana y hablar a los miles de jóvenes que se habían congregado para saludarlo. También entonces alguien del séquito papal manifestó su preocupación, argumentando que hubiera sido preferible una actitud más «contenida».

Al día siguiente, dos millones de personas acudieron al Blonie para asistir a la beatificación de dos grandes figuras polacas: el padre Rafael Kalinowski, carmelita descalzo, y fray AlbertoChmielowski, apóstol entre la gente más humilde, fundador de la orden de los Albertinos. Al final de la misa, mientas la multitud se iba dispersando lentamente,  asomaron las banderas de Solidaridad.  Aparecieron los helicópteros que, volando a baja altura, pensaban (equivocadamente) que asustarían a la gente, obligándola a echar a correr hacia sus casas. Pero todo se desarrollo con absoluta tranquilidad, ordenadamente, justo como quería el Santo Padre, sin dejar el más mínimo resquicio a las provocaciones.

 Pero mientras tanto, ya había explotado el Gran Miedo del régimen. Esa tarde, en la catedral de Wawel, se produjo inesperadamente un segundo encuentro entre el Pontífice y el general Jaruzelski Un encuentro deseado por la clase política (y no por la Iglesia, como se intento hacer creer) un poco para serenar el clima, un poco para atenuar el impacto de  lo que iba a ocurrir al día siguiente, y un poco también porque Jaruzelski –y esto podría explicar la larga duración de la entrevista - , casi una hora y media quería exponerle al Papa «sus» razones.

Para el Santo Padre, si se me permite interpretar su pensamiento, el general era un hombre dotado de inteligencia y de cultura. Demostraba también un cierto patriotismo. Pero, hablando en términos políticos, se inclinaba hacia el este, no hacia el oeste. Para Jaruzelski, todo lo concerniente al futuro de Polonia, cualquier posible solución,  pasaba por Moscú, nunca por Occidente.

Por fin, la mañana del 23 de junio, después de haberlo mantenido en secreto hasta el último momento, se produjo el encuentro del Papa con Lech Walesa, trasladado en helicóptero junto a su mujer y cuatro de  sus hijos. El lugar del encuentro (elegido por el régimen por su «inaccesibilidad» era un refugio de montaña en las inmediaciones de Zakopane, a los pies de los montes Tatra. Todo había sido preparado ad hoc por los servicios de seguridad; habían diseminado micrófonos por el salón y los camareros habían sido sustituidos por sus propios hombres, especialistas en ese sector.

La puesta en escena, sin embargo, era tan evidente que el Santo Padre lo advirtió enseguida. Se llevó a Walesa afuera, al pasillo, y lo invitó a sentarse allí, en un banco. Quizás también allí había micros, pero de todas formas, si los escuchaban no pasaba nada. No había ningún problema.

En esos momentos lo de menos eran los discursos, las palabras; lo importante era el hecho en sí, el gesto. Era importante que Juan Pablo II estuviera allí y que se estuviese entrevistando con Walesa. «Solo quiero decirle una cosa: que rezo a diario por usted.». Es decir rezaba a diario por Walesa y por todas las mujeres y los hombres de Solidaridad. Para demostrar a todo el mundo, y sobre todo a los jefes comunistas, que el movimiento estaba vivo y que no constituirá en  absoluto un capítulo cerrado.

 Precisamente por eso se decidió intervenir inmediatamente, desmintiendo aquel ingenuo artículo aparecido en L´Osservatore Romano en el que se interpretaba el encuentro con el Papa como un «tributo al vencido». ¡Como si Walesa y su sindicato hubieran sido derrotados, definitivamente derrotados, en la batalla contra el régimen!. ¿Se podía permitir que diese la impresión de que la Iglesia se había olvidado de Solidaridad? ¿Se podía dejar creer que la Iglesia no era un aliado seguro de la clase obrera y que, por lo tanto, no se podía contar con ella?

Aquel viaje terminó con una anécdota peculiar. El presidente del Consejo de Estado, Jablonski, le dijo en privado a Juan Pablo II: «A su llegada, le hemos saludado como el Papa de la paz; dentro de cuatro años saludaremos al Papa de la reconciliación» No se hasta qué punto el general Jaruzelski compartía ese punto de vista.

En cualquier caso, a pesar de las dificultades, el viaje fue un éxito. El Santo Padre supo dar con el tono adecuado para apoyar moralmente a una nación triste, desilusionada, amargada,  para mantener con vida a Solidaridad, que, en esos momentos, no existía oficialmente. Y todo esto sin provocar, ni siquiera involuntariamente, desordenes o enfrentamientos.

 

(Svidercoschi)

Un mes después, Jaruzelski levantó el estado de sitio y empezó a vaciar las cárceles, hasta conferir una apariencia de liberalidad al régimen polaco.

Pero aun tenían que pasar varios años para que Polonia volviese a ser una nación libre. Años contradictorios, como toda época de transición. Años de terribles sombras y de luces de esperanza. En 1984 se produjo el feroz asesinato del padre Jerzy Popieluszko, un valeroso sacerdote, gran defensor de solidaridad y de los derechos de los trabajadores. Y en junio de 1987 Juan Pablo II regreso por tercera vez a su patria: «un servicio a la verdad», como él mismo definió aquel viaje, en el que denuncio el vacío programático que caracterizaba ya al «socialismo histórico».

 

A partir de ese momento se inició, justamente, ese impetuoso proceso que, en el giro de dos años, condujo a la libertad, al regreso de Solidaridad, a la legalidad, al primer Gobierno no comunista en Europa centro oriental (capitaneado por un católico, Tadeusz Mazowiecki) y por último a que aquel ex electricista de los astilleros Lenin de Gdansk fuese elegido presidente de la República.

Polonia, en definitiva, abrió el camino del gran vuelco que marco el fin del comunismo.

 


(Stanislaw Dziwisz UNA VIDA CON KAROL, conversación con Gian Franco Svidercoschi, cap. 22, La Esfera de los Libros, Madrid, 2008)

Fotografia 

 

 

 

 

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