“Nace
un Niño. Aparentemente, uno de tantos niños del mundo. Nace un Niño en un
establo de Belén. Nace, pues, en una condición de gran penuria: pobre entre los
pobres.
Pero Aquél que nace es "el
Hijo" por excelencia: Filius datus est nobis. Este Niño es el Hijo de
Dios, de la misma naturaleza del Padre. Anunciado por los profetas, se hizo
hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de una Virgen, María.
¡Oh
Niño, que has querido tener como cuna un pesebre; oh Creador del universo, que
te has despojado de la gloria divina; oh Redentor nuestro, que has ofrecido tu
cuerpo inerme como sacrificio para la salvación de la humanidad!
Que el fulgor de tu nacimiento ilumine
la noche del mundo. Que la fuerza de tu mensaje de amor destruya las
asechanzas arrogantes del maligno. Que el don de tu vida nos haga comprender
cada vez más cuánto vale la vida de todo ser humano….
Tú vienes a traernos la paz. Tú eres
nuestra paz. Sólo tú puedes hacer de nosotros "un pueblo purificado"
que te pertenezca para siempre, un pueblo "dedicado a las buenas
obras" (Tt 2,14)…
En su sencillez, el Niño de Belén nos
enseña a descubrir el sentido auténtico de nuestra existencia; nos enseña a
"llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa" (Tt 2,12).
¡Oh Noche Santa y tan esperada, que has
unido a Dios y al hombre para siempre! Tú enciendes de nuevo la esperanza en
nosotros. Tú nos llenas de extasiado asombro. Tú nos aseguras el triunfo del
amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. Por eso permanecemos absortos y
rezamos.
En el silencio esplendoroso de tu
Navidad, tú, Emmanuel, sigues hablándonos. Y nosotros estamos dispuestos a
escucharte. Amén
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