Durante el
pontificado del Papa Juan Pablo II el Cardenal Saravia Martins ha terminado las
causas de casi la mitad de los 1345 beatos y 483 santos proclamados.
¿Quién puede ser santo? ¿Quien puede ser beatificado? ¿Cómo se procede para elevar a alguien a
los altares? ¿El milagro es de verdad necesario?
Responde
SuEminencia el Card. Jose Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación de las
Causas de los Santos. (Los textos seleccionados poir Domitia Caramazza están
tomados del libro Come si fa un santo, Ed. Piemme, 2005 (publicado en Totus
Tuus Nr 1 marzo 2006
Todos
los santos, cada uno a su modo, han alcanzado los vértices del amor, cada uno
es, sin embargo, portador de un mensaje especifico, que hay que buscarlo no
solamente en el heroísmo con que ha ejercitado “privadamente” las virtudes
cristianas, sino también en el modo con que ha llevado a cabo la propia misión
recibida de Dios, junto con la lucha
diaria por realizarla, explica el heroísmo de los santos. De hecho el punto verdaderamente específico
de cada causa de canonización consiste en la verificación de la radicalidad con
que el individuo ha cumplido la voluntad de Dios, llevando a termino la misión
recibida. EL santo es un ser profundamente humano: no tiene un corazón para
amar a Dios, y otro para amar a los hombres y al mundo entero. Tiene los pies
en la tierra, a veces tropieza y cae, pero se levanta y sigue su camino. La santidad es plenitud de la humanidad. Los
santos “representan al vivo el rostro de Cristo”, como nos ha recordado siempre
Juan Pablo II. La santidad es posible alcanzarla y realizarla. Los santos son
aquellos que nos garantizan exactamente esto: es posible vivir la Palabra de
Cristo y ponerla en práctica. La santidad consiste en la perfecta unión con
Cristo. Esa es, pues, al mismo tiempo,
el fruto de la gracia de Dios y de la libre respuesta del hombre. El hombre,
por tanto, está llamado a ser no un alter
Christus, otro Cristo, sino ipse Christus,
Cristo mismo. Y Cristo es el hombre perfecto porque es la misma santidad de
Dios encarnada, hecha tiempo e historia.
A menudo se muestra perplejidad, por diversos motivos, sobre estas acciones de la Iglesia…
Alguien ha podido ver en el gran impulso, incluso numérico, que Juan Pablo II ha dado a las beatificaciones y canonizaciones durante su pontificado una estrategia expansionistica de la Iglesia católica. Para otros, la propuesta de nuevos beatos y santos – tan diferentes por nacionalidad, cultura y categoría – sería solo una operación de marketing de la santidad con fines de leadership del papado en la sociedad civil actual. Hay quienes, en fin, ven en las canonizaciones y en el culto de los santos un residuo anacronistico de triunfalismo religioso, lejano e incluso contrario al espíritu y al dictado del Concilio Vaticano II. La verdad es que una lectura exclusivamente sociológica de este tema corre el riesgo de ser no solamente reductiva, sino incluso desviada, para la comprensión de un fenómeno tan característico y original de la Iglesia católica. Sin embargo, el mismo Concilio, a veces mal citado, ha querido afirmar explícitamente la vocación a la santidad de todos los cristianos y proponerla de nuevo con fuerza al mundo de hoy.
La llamada a la santidad es universal porque se dirige a todos los hombres y a todas las mujeres sin excepción alguna. Esto significa que va dirigida a cada persona concreta en el estado y en la situación en que vive. Juan Pablo II ha sido explícito y categórico en este aspecto. El ha indicado la santidad de todos como una de los puntos fundamentales para la pastoral de la Iglesia del tercer milenio.
El
camino que cada uno tiene que recorrer para alcanzar la santidad es el
cumplimiento fiel de los propios deberes
familiares, profesionales y sociales, es decir vivir en plenitud la vida
ordinaria.
Es
verdad que la santidad comporta el heroísmo en la práctica de las virtudes; es
igualmente innegable que la perseverancia fiel en los deberes cotidianos puede
ser mas heroica que las gestas, a veces puramente imaginarias, en que algunos
hacen consistir la santidad.
El santo llega
al centro de la libertad, derrocha alegría por todos los poros y crea en torno
a él un ambiente de serenidad y de paz. No existen santos con la cara larga,
porque de lo contrario su santidad seria una caricatura de la verdadera
santidad. La santidad es, por su misma naturaleza, alegre, porque no es otra
cosa que la experiencia de vida, en toda su radicalidad, de la buena noticia
del Reino.
Hoy,
en muchos contextos sociales, se ha llegado a una concepción más profunda y
autentica de la santidad. Por eso si se concibe la santidad como una santidad
encarnada, vivida, existencial, se podría incluso decir que es menos difícil
ser santo. Es siempre, sin embargo, difícil, obviamente, porque el cristianismo
va siempre contracorriente. Los santos
cristianos son un asombro que no ha faltado nunca en la vida de la Iglesia y
que no puede pasar desapercibido a un atento observador laico.
Los nuevos santos no dividen, sino que unen y hacen bien incluso al diálogo, dentro y fuera de la Iglesia católica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario